Noche en los viñedos
EGUREN UGARTE, un siglo de viticultura en una familia riojana
Mañana, domingo, se celebra la Fiesta de la Vendimia en la Rioja Alavesa. Qué mejor ocasión para alojarse en un hotel bodega y seguir de cerca las evoluciones de la cosecha 2011, que se antoja ubérrima según el Consejo Regulador de la Denominación de Origen.
Cerca de Laguardia, en el altozano de Páganos, junto a la carretera, encontramos un excelente punto de observación en la heredad de Victorino Eguren, en pie desde 1870, con 130 hectáreas de viñedo y, desde hace unos meses, un hotelito de 21 habitaciones con dos vistas superlativas. Una, desde los dormitorios y el comedor, hacia el viñedo, ordenado con precisión cartesiana, como si fuera el decorado de la película Entre copas. Otra, desde los pasillos, a través de grandes cristaleras, a la bodega, donde reposa la cosecha más reciente de Heredad Ugarte, que se paladea sin recato en la cena en el hotel.
EGUREN UGARTE
PUNTUACIÓN: 6,5
Categoría: 4 estrellas. Dirección: carretera de Logroño a Vitoria A-124, km 61. Páganos (Álava). Teléfonos: 945 60 07 66 y 945 28 28 44. Internet: www.enoturismoegurenugarte.com. Instalaciones: jardín, sala de catas, tienda, dos restaurantes. Habitaciones: 18 dobles y 3 junior suites; con satélite, wifi gratis, minibar, secador. Servicios: no tiene habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos prohibidos. Precios: desde 80 euros, desayuno e IVA.
Esa complicidad entre las habitaciones y las barricas, entre el huésped y el vino, es la razón del viaje hasta aquí. Y, por ende, del emprendimiento hotelero que los Eguren proponen en la secuencia alojamiento-gastronomía-viñedo-paisaje. Y en tiempo de vendimia es hora de hacer enoturismo.
Moderno por dentro, tópico histórico fuera, el edificio tiene cinco plantas. La recepción se encuentra en la cuarta. A los dormitorios se baja (planta 3, 2...) hasta la base de la bodega, donde aparece la sala de catas y, aún más abajo, los salones de reuniones, con salida al viñedo entre residuos de reuniones anteriores. Todo muy desordenado. Está claro que falta personal y que el existente cumple con eficiencia, pero se muestra distante con el huésped. Las atenciones al vino son prioritarias. Tanto, que la oferta de desayunos en este lugar teóricamente relacionado con la gastronomía es... pésima.
Más que por sus detalles, las habitaciones seducen por sus vistas al verde. Es un espectáculo seguir las evoluciones de los hombres y las máquinas en tiempo de vendimia. No menos llamativas son las operaciones en el interior de la bodega. Incordia, eso sí, el sistema automático por detector de presencia en los pasillos: deberían mantenerse en penumbra por respeto al vino y sus liturgias. El baño resulta algo apretado, pese a la gran ventana que lo proyecta hacia el viñedo. Los cosméticos primigenios, marca Korres, han sido sustituidos por otros de inferior calidad. La ducha es un cubículo que se estrecha por haberle incrustado una simpática banqueta de obra. Pero el resto ofrece un tamaño bien aceptable, en tonos luminosos con tabiques repintados en burdeos. También de color burdeos es el cabecero de cuero, en sintonía con la música del vino. Sobre la mesilla, un libro dedicado a la historia de la bodega y su fundador. Después de una estancia aquí durante la vendimia, ¿quién no sueña con poseer una bodega?
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