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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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El ojo velado del terror

Lluís Bassets

No hay quien borre esas imágenes. Han pasado diez años, pero pueden pasar muchos más. Entre quienes las vieron aquella mañana clara de septiembre no habrá quien las elimine de sus memorias. No hablemos ya de quienes sufrieron y sobrevivieron a aquellos ataques fulgurantes que destruyeron los símbolos más altos, físicamente incluso, del poder del dinero y de la fuerza militar. La huella devastadora en los cuerpos de miles de personas y en las mentes de millones tiene la fuerza de una guerra entera de exterminio. Y así lo entendieron Estados Unidos y el mundo. Con un ataque terrorífico a las dos metrópolis, política y económica, americanas, que es como suelen terminar las guerras, empezó la que George W. Bush declaró al terrorismo, con el propósito de restaurar su capacidad disuasiva en el mundo después de sufrir en su territorio lo que era la mayor afrenta militar de su historia, jamás osada anteriormente, ni por Japón y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, ni por supuesto por la URSS durante la guerra fría.

Mucho se ha visto y se ha contado de aquellas horas de conmoción. Sabemos cómo lo vivieron los principales responsables del Gobierno de Estados Unidos. Centenares de testigos han explicado su experiencia. Todos hemos narrado en un momento u otro qué estábamos haciendo en aquellos instantes lúgubres. Centenares de libros, reportajes y películas nos han explicado minuto a minuto aquella agonía y el terror de los días que siguieron, cuando se fue ensanchando la herida en nuestras mentes y los principales responsables de la Casa Blanca temieron vivir sus últimas horas de vida antes de un ataque de mayores dimensiones. Decenas de teorías para todos los gustos han intentado explicar lo que no cabe en una mente humana, la razón para tanto dolor, los motivos para el nihilismo hipnótico que movilizó a los suicidas. Conspiraciones paranoicas, fobias racistas y religiosas, profecías y viejas inscripciones en textos sagrados aliñan muchas de esas explicaciones que nada explican.

Y sin embargo, diez años después, sabemos mucho, casi todo, de Al Qaeda y de su disminuida estructura, en buen parte físicamente liquidada y políticamente derrotada, después de que consiguiera alcanzar con su zarpa todos los continentes. Pero la idea de un ataque simultáneo y a gran escala a los corazones financiero y militar del mundo será difícil que deje de golpear en la mente de quien todavía hoy intente penetrar en el significado de aquellas imágenes increíbles del horror que cambiaron la historia. El 11-S es todavía un ojo ciego que nos mira, la cuenca vacía de una calavera que nos sonríe, en la que podemos vernos a nosotros mismos, los humanos de todas las razas y religiones, con toda nuestra capacidad de fanatismo y de destrucción.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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