Djokovic retrata a Federer
El serbio remonta dos puntos de partido ante el suizo, falto de piernas y fe al final
Eso no son gritos, son rugidos. Desde la grada zumban los chillidos y sobre la pista resuenan las voces de dos tenistas enfrentados a brazo partido. Novak Djokovic se desgañita mientras se da golpes en el pecho. "¡Dobro!", se dice el número uno mundial. "¡Bien!", se grita mientras Roger Federer, siempre tan contenido, desaprovecha dos puntos de partido en la quinta manga. En la cabeza del suizo bailan desde entonces dos fantasmas con ritmos sádicos. Jo-Wilfried Tsonga y sus tambores africanos ponen la música durante un rato y le recuerdan que en Wimbledon 2011, por primera vez en su carrera en los torneos del Grand Slam, cedió en un partido en el que mandaba por dos sets a cero. Al poco, el que se mueve en su cabeza y le machaca es el serbio, que hace un año, en el mismo escenario y la misma ronda, le venció tras superar otros dos puntos de encuentro en contra. Nole se lleva los oídos a las orejas. Quiere que sus sentidos se inunden de gloria: remonta un 0-2 y se clasifica (6-7, 4-6, 6-3, 6-2 y 7-5) para la final, contra el vencedor del duelo posterior, en la pasada madrugada española, entre Rafael Nadal y Andy Murray.
El encuentro se disputa bajo los efectos del décimo aniversario del 11-S. Sobre el cemento verde, bien destacado en blanco, se lee 9/11/01, la fecha, según el orden estadounidense (mes, día, año), de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas. No es la única circunstancia que marca el partido. En los 64 de su curso de ensueño, que le ha visto coronado en el Abierto de Australia y en Wimbledon, Djokovic solo había perdido uno sobre la pista. Ocurrió en las semifinales de Roland Garros. Federer fue su verdugo. Amparado en el precedente, el suizo estaba convencido de que el día sería suyo.
Todo arranca entre el bochorno, recién descargada la lluvia, que con su violento llorar tropical obliga a retrasar el inicio más de una hora. Los primeros intercambios son a velocidad supersónica. Las derechas vuelan sobre la pista, encendidos los poderosos focos, el único remedio contra las nubes que sobrevuelan el mediodía. Se juega entre constantes murmullos, gritos y chillidos, ataques de lipotimia incluso. La temperatura del duelo crece con los minutos. Federer intenta cocinar los puntos desde el fondo. Quiere ser lo que siempre ha sido: el más dominador de siempre. Djokovic, sin embargo, se resiste. Se sonríe con ironía. Chilla, grita y da voces en dirección a su banquillo. Pelea. Pega. Su bola quema.
Durante el primer set, resuelto por Federer en el desempate (¡cómo sufre!, ¡qué maravilla de golpes de revés cuando abrocha el tie-break y lo hace suyo), no hay puntos de break ni deuces. Los saques se imponen. Eso oculta algo. Federer está sirviendo de forma regular y restando deficientemente. Djokovic lo está haciendo todo correctamente. Que el encuentro esté en equilibrio con esos parámetros deja el timón en manos del suizo. Si sube el nivel, es suyo. Si lo baja, de Nole, pura regularidad salpicada de ataques de rabia.
Mientras Federer tiene piernas, suyo es el partido. En cuanto deja de moverse con frescura, son ya 30 años, pierde esa milésima de segundo que le permitía llegar bien colocado a la pelota y Djokovic pasa a dominar desde el fondo. El serbio solo abre una grieta en su muralla, pero es una fenomenal falla. Ocurre en el 4-3 de la quinta manga. No se juega, se combate. El momento radiografía la cabeza más fuerte. No puede ser la de Federer, es imposible. Es más viejo, lleva peor temporada, va a contracorriente en el marcador, no tiene piernas ni pulmones. Y, sin embargo, Djokovic, el indestructible, mira el marcador y no ve una oportunidad, la remontada heroica que se acerca, sino un peligro, un problema, el fracaso que asoma. Suma un error tras otro. Se derrite por dentro. Le regala un break a Federer (5-3), que reacciona de manera impropia: desaprovecha dos puntos de partido, supera dos de break y, finalmente, también entrega su saque.
Es 5-4 y servicio de Djokovic. Hay dos jugadores muertos de miedo, superados por las circunstancias. Lo que ha empezado como un partido de alto voltaje es ya una cita para el psiquiatra. Se impone Nole. Perece Federer, que no gana al menos un grande en el año por primera vez desde 2002. Son 3h 51m de drama y un gesto de pura adrenalina: Djokovic, golpeándose el pecho como un gorila tras lograr la victoria.
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