El alma del cachalote es una biela
Extravagantes y mágicas criaturas de chatarra en el Museo Marítimo barcelonés
Mira que hay cosas raras en el mar. Pero nunca se habían visto, hasta ahora, peces abisales mecánicos, una medusa cuya umbrela es un esqueleto de paraguas, un cachalote animado por una biela o un pez globo que se hincha con una antigua mancha de inflar neumáticos. Todas esas extrañas criaturas existen, oigan, y se han dado cita en una de las salas del Museo Marítimo de las Drassanes de Barcelona. Para más extravagancia, se accede a ellas a través de unas gigantescas e intimidadoras fauces de tiburón, también de metal.
Son parte toda esa fauna de la sorprendente colección de criaturas de chatarra creada por Raúl Martínez (Viladecans, 1977), un Frankenstein del reciclaje de metales, y componen la exposición Vida acuática, inaugurada el jueves bajo las góticas cubiertas (hasta el 16 de octubre). Martínez (www.ferroluar.com) es un as creando seres que parecen vivos -y hasta en algunos casos son bellísimos- a partir de la casquería férrea más marchita y menos atractiva. Un viejo motorcito de limpiaparabrisas por aquí, una cadena oxidada de bicicleta por allá, unos pernos y piñones rancios, y ya tenemos sardinas, cangrejos o moluscos.
Sensores de voz o movimiento animan a los maravillosos seres
Cómo con unas pocas piezas de restos del naufragio vital de vehículos y electrodomésticos y con un puñado de otros hierros viejos consigue Martínez algo tan fascinante es un misterio si no un milagro. Y lo más fuerte: ¡la mayoría de las criaturas están animadas! Y se activan con sensores de voz o movimiento. Entramos ya en el arcano reino de la robótica... Entre las piezas-seres más notables, los mejillones que repican como castañuelas ante el visitante, colgados en largas ristras que penden de una mejillonera en el techo, la hermosa mantarraya digna de una visión submarina de Hans Haas suspendida también sobre nuestras cabezas o el cachalote articulado que se cimbrea ante nuestras narices cual si se sumergiera en las profundidades. Otras maravillas: el acuario de peces mecánicos que parecen nadar en el aire, el caballito de mar catafractado que desenrolla su cola de oruga metálica, las estrellas de mar con retales de máquina de coser, la etérea medusa que danza ante nuestra mirada como una imposible odalisca siderúrgica...
"Estudié para administrativo, pero me puse a trabajar en la fábrica de maquinaria de mi padre y allí descubrí lo que me hacía feliz", explica Martínez mientras le persigue el ermitaño salido de su mano. "Me inspiro en los seres vivos y trato de imitar, con paciencia, su movimiento y su carácter, su esencia", dice con modestia. Parte científico, parte artista, parte titiritero y parte mecánico, el joven ha creado criaturas para grupos de teatro y ha realizado varias exposiciones de sus obras. Causó impresión un desfile de sus hormigas mecánicas, acorazadas como mirmidones, por la Gran Vía madrileña. Algunos de sus animales han sido adquiridos por el Museu Blau, el nuevo museo de zoología, y se exhiben en su vestíbulo. Sueña como un Robur con grandes criaturas que vuelen autopropulsadas. Se sorprende cuando le pregunto si vende a particulares. La manta saldría, reflexiona, por unos 4.000 euros, los seres más complejos animados por 8 o 10.000.
A la salida, en el exterior del museo han instalado una piscinita en la que nada otra criatura metálica. Es una rana. Me pregunto si al besarla se convertirá en un Audi.
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