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Columna
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El Tea party en la escuela

Hace algunos años estaba de moda en el PP una leve contestación por la izquierda a las políticas de su partido. Algunas diputadas del PP se abstuvieron en la votación del matrimonio homosexual, el recurso contra la ley de aborto o la investigación con células madre. Estos pequeños gestos eran consentidos por la dirección del PP porque con ellos hacían un guiño al electorado de centro-izquierda.

Ahora -ya nos advirtió Hegel que los tiempos no siempre van hacia delante- lo que está de moda en las filas populares es ser recalcitrantemente de derechas. Ahora las señales no se hacen con el ojo izquierdo sino con el derecho, y más que un guiño es un tic continuado, un aviso a navegantes, una aguja de marear que señala nuevos continentes.

Aunque últimamente María Dolores de Cospedal está planteando una seria alternativa castiza y reaccionaria -reconozcamos que su imagen dolorosa con rigurosa mantilla fue realmente insuperable-, la viva representación del Tea party español es Esperanza Aguirre porque personifica una derecha que se ha librado de complejos de inferioridad y de tacto en los conflictos sociales. Ella ha tomado partido, sin contemplaciones, por los poderosos, por la enseñanza privada, por los sindicatos corporativos, por la exclusión social y el sálvese quien pueda. Construye su discurso sobre las piedras de los prejuicios, de los lugares comunes con el que los más acomodados justifican su estatus. Es una señora bien que comenta sin pelos en la lengua lo mal que está el servicio, lo desagradecidos que son los inferiores, lo inútiles que son los trabajadores y lo bien que se viviría con una mayor segregación social: los listos con los listos y los torpes con los torpes.

Esperanza no da puntada sin hilo, no habla gratis. Es la dirigente popular que hace realmente ideología con las palabras y con los hechos. Como los guionistas de los reality shows, hace aparecer en escena los conflictos, sugiere soluciones efectistas y alimenta las ideologías más reaccionarias respecto a los temas más delicados. Por eso, no se equivocó al sugerir que los profesores de la enseñanza pública son unos vagos que apenas trabajan y gozan de un sueldo fijo. No. Simplemente ha completado su trilogía educativa que comenzó con el titulo"autoridad en las aulas", continuó con "bachillerato para los más listos" y se cierra con este "desprestigia, que algo queda". Para ella los problemas de la enseñanza se derivan, precisamente, de la base fundacional del sistema educativo: la igualdad de oportunidades. Su ideal educativo es el de los años cincuenta, en los que solo una pequeña élite social, más unos cuantos esforzados estudiantes que surgían desde abajo, tenían acceso a la educación superior. Para el resto, sería suficiente con una escolarización masificada que enseñara el abc necesario para ocupar los puestos más bajos del mercado laboral.

Se esfuerzan, ingenuamente, los profesores en señalar que la educación no es un gasto, sino una inversión; que España figura todavía en el furgón de cola de gasto educativo de la Unión Europea; que la cualificación educativa determina el futuro laboral y la productividad de nuestro país. Ella ya lo sabe. También resulta inútil el esfuerzo por explicar el trabajo que los profesores realizan, la difícil tarea que prestan a la sociedad, la tensión de su dedicación y el escaso reconocimiento que reciben. Nada de eso importa a quien no ama la educación ni comparte la pasión por mejorar desde abajo la sociedad.

Antes, Esperanza andaba como un verso suelto pero ahora no camina sola sino acompañada por el afán retroinnovador de las comunidades del Partido Popular que se han aprestado a recortar el gasto educativo sin conmiseración. De todos los debates posibles, el que nos caracteriza más claramente, el que desvela nuestra forma de entender la vida, nuestra relación con los demás, es el debate educativo. Ahí nos jugamos el ser o no ser de nuestro modelo social y el Tea party lo sabe perfectamente.

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