El Pearl Harbor de los jóvenes del milenio
La generación que tenía entre 10 y 19 años en 2001 ha crecido marcada por el impacto de los atentados, que despertó un nuevo interés por el resto del mundo
Cara Kelley recuerda que llegó al instituto el 11 de septiembre de 2001 con una camiseta rosa y un cinturón que había planeado estrenar ese día. En su memoria están grabados todos los detalles. Ahora los ve como si tuviera delante una fotografía. Salía de clase de álgebra cuando anunciaron por megafonía que un avión acababa de chocar contra una de las Torres Gemelas. Guardaron un minuto de silencio. Después del segundo turno, el mensaje cambió: "La nación está siendo atacada". El profesor encendió el televisor en el aula y, como en miles de centros de todo el país, la mirada de los adolescentes absorbía las imágenes de un atentado que ha marcado a toda una generación.
Son los millenials, el grupo de jóvenes que tenían entre 10 y 19 años en 2001. El 11 de septiembre es para ellos lo que el asesinato de John F. Kennedy fue para sus padres o el ataque de Pearl Harbor para sus abuelos. La generación del milenio está mejor informada y preparada que la de sus progenitores. Son más solidarios, dedican más horas al voluntariado y estudian más en el extranjero. Muchos optaron por una profesión distinta debido a los ataques. Otros decidieron aprender idiomas como árabe o chino. La mayoría se implica en política y quiere participar en el futuro del país.
El 36% dice haber reforzado sus valores políticos a causa de los ataques
Todo cambió para ellos, que no conocían las guerras ni el terrorismo
"Recuerdo el rostro de los profesores y la gente en los pasillos. La sensación de no entenderlo del todo. No podía saber en ese momento las consecuencias concretas de lo que acababa de pasar, pero sabía que era importante". Kelley vivió los atentados desde una pequeña localidad de Carolina del Sur. La joven periodista de The Washington Post tenía entonces 15 años, apenas había oído hablar de Irak, mucho menos de Afganistán ni de Al Qaeda y "Oriente Próximo solo estaba en los libros de historia". En pocas semanas, formaba parte de su nuevo vocabulario.
La experiencia de Ashley Bright, que vivió los atentados protegida por los 3.000 kilómetros que separan la Costa Este de Arizona, fue diferente. Pero la huella es la misma: "Llegué a casa de mi amiga para recogerla de camino al instituto y su madre me dijo que un avión había chocado con las Torres Gemelas. A los 15 años ni siquiera tenía muy claro qué representaban. Asumí que era un accidente y me fui a clase".
Bright nunca había estado en Nueva York. Pero los ataques del 11 de septiembre quedaron grabados en su retina como en la de millones de jóvenes con las imágenes de televisión que vieron aquella mañana en clase, los rostros de profesores enmudecidos que dudaron si protegerles en un sótano o mandarles a casa y las palabras de muchos padres que no sabían cómo explicar lo ocurrido. El mundo había cambiado para una generación que no conocía el terrorismo ni las guerras. Ni siquiera una recesión económica.
Estados Unidos empezó a hablar de la generación del 11-S solo dos meses después de los ataques gracias a un artículo de la revista Newsweek. "La generación que lo tuvo todo, paz, prosperidad e incluso el sueño de jubilarse a los 30, se enfrenta a su momento clave", escribía entonces Barbara Kantrowitz. "Si antes soñaron con ganar millones de dólares en Wall Street, de repente piensan en trabajar para el Gobierno, el FBI o la CIA", añadía.
Patricia Somers, investigadora de la Universidad de Tejas, recogió el guante y dedicó los años siguientes a investigar los efectos del 11-S en cientos de jóvenes como Bright o Kelley en todo el país. Dice que el alcance de los efectos no se verá hasta después de este décimo aniversario, pero ella ya ha encontrado pistas. El 36% de los estudiantes entrevistados por Somers afirma haber reforzado sus valores políticos a causa de los ataques. Otro 20% considera que influyeron en gran medida en su carrera: "Se volcaron con profesiones como la sanidad o trabajos sociales, quieren ayudar".
La próxima generación de norteamericanos se ha dedicado al servicio público más que las anteriores. Katie Prittchett es una de ellas. Avanzaba hacia el primer examen de su carrera universitaria aquella mañana de martes. Con 18 años, era la segunda semana que pasaba viviendo fuera de casa. Un profesor le comunicó en los pasillos que "la nación estaba siendo atacada". Recuerda cancelaciones, silencio, estudiantes vagando por el campus. Que nadie le miraba a los ojos. "No era seguro abandonar el campus, así que fuimos a rezar a la capilla, no teníamos apenas información aún y estaba vacía, pero poco a poco se fue llenando. Fue una sensación muy rara, como una crisis colectiva y silenciosa".
Prittchett recuerda que su mente intentaba concentrarse a la vez en aquel examen y descifrar las consecuencias del ataque. El profesor explicó que podían salir del aula si querían. El Pentágono y la segunda de las Torres Gemelas habían sido atacados. Prittchett decidió centrarse en las preguntas y por primera vez conoció la sensación de quedarse en blanco. Le venció el miedo: "Hasta ese momento nunca había cuestionado nuestros valores ni nuestra seguridad. De repente el país entero era vulnerable".
Entonces tenía 18 años y, como muchos universitarios, apenas sabía claramente a qué dedicarse en un futuro. "Después del 11 de septiembre me di cuenta de que quería devolver el apoyo de alguna manera, trabajar por el país, y empecé a definir lo que quería hacer". Prittchett es ahora candidata a un doctorado en políticas públicas de educación en la Universidad de Arizona.
Los atentados también abrieron la mirada de estos jóvenes al exterior. El número de estadounidenses que estudian en el extranjero se ha duplicado esta década, coincidiendo con un aumento de la cobertura mediática dedicada a temas relacionados con el terrorismo internacional del 135% entre 2002 y 2005, en comparación con la etapa desde 1997. "No sabía nada de otras culturas, así que empecé a prestar más atención", explica Kelley. Según Somers, un 65% de los jóvenes consume más información por los atentados, contribuyendo a que esta generación entienda mejor las dificultades a las que se enfrentan otros países del mundo.
Cuando estos mismos jóvenes pensaban en casa, el país ya no parecía una superpotencia. Los más mayores llevan aquel 11 de septiembre en el que el mundo dejó de ser seguro sellado como una cicatriz. Los más jóvenes no saben lo que es vivir en un país sin la guerra de trasfondo.
"Pensé que el Gobierno sería capaz de impedir algo tan calculado como estos ataques y nos protegería. Fue muy dramático ver que podíamos sufrir estos ataques sin detectarlos antes y que tampoco podíamos encontrar a los culpables", recuerda Kelley.
Bright asumió que EE UU iría a la guerra después de los atentados. El enemigo número uno era Osama bin Laden. El monstruo de su infancia. La representación del mal. "Sabía que podríamos aplastar a cualquiera que se pusiera en nuestro camino y vencer fácilmente". Cuando el pasado 1 de mayo empezó a circular información sobre su muerte en Pakistán, millones de jóvenes de todo el país celebraban, como ella, el final de un ciclo.
"Más que asesinar a un criminal, fue la reafirmación de la competitividad y el poder de nuestro país", dice Kelley. "Crecimos escuchando y creyendo que Estados Unidos era una superpotencia. Detener y matar al hombre que causó tanto daño nos reafirma".
Bright coincide en que aquella noche devolvió el orgullo a toda una generación que llevaba una década buscándolo: "Hemos crecido con las guerras, pero nunca hemos imaginado que el final esté cerca. Esta es la primera victoria de la que podemos sentirnos orgullosos y celebrar".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.