Virtud de los círculos viciosos
Cruel como la vida misma, salpicada de un humor restallante, vuelve La reina de belleza de Leenane. Martin McDonagh, su autor, escribe como dan la mano esos porteros de disco-bar que te la aprietan justo hasta el punto de fractura: hace sus comedias con sosa cáustica. Londinense hijo de inmigrantes irlandeses obreros, habla de la Verde Erín como si se hubiera criado entre brañas. Hechas de orballo, sus comedias calan de a poco, hasta empapar: El hombre almohada es una historia de maltrato en clave de cuento de hadas; El teniente de Inishmore, una fábula sobre terrorismo contada a lo Tarantino, y La reina de belleza de Leenane, la crónica de la relación parásita entre la despótica anciana Mag y su hija Maureen, encerradas en su casa de un pueblito de Galway.
LA REINA DE BELLEZA DE LEENANE
Autor: Martin Mc Donagh. Traducción: Vicky Peña. Intérpretes: Maite Brik, Gloria López, Orencio Ortega y Pablo Gómez. Luz: José Manuel Guerra. Escenografía: Manolo Cuervo. Dirección: Álvaro Lavín. Nuevo Teatro Alcalá, sala 2.
A través del deseo de fuga de Maureen y del miedo cerval a la soledad que siente su madre, McDonagh nos habla de pulsiones atávicas reprimidas, hábitos familiares destructivos y de la pervivencia humana de un instinto animal que nos lleva a seguir marcando el territorio, incluso con orina, como aquí se muestra con negra vis cómica. Gran retratista y mejor fabulador, McDonagh cuenta de miedo: incluso los personajes instrumentales de Pato, el hombre que se mete por medio, y de su oblicuo hermano, tienen tuétano y hemoglobina. Una función así hay que cogerla de frente, como hacen Álvaro Lavín, su director, y un elenco estupendo encabezado por Maite Brik, cuya respiración exhala en los momentos angustiosos una fatiga de alimaña acorralada.
En su encarnación, la decadencia física de Mag y la amoralidad con que trata a su hija resultan perturbadoras. Gloria López tiene verdad, presencia y empuje dramático: está a la altura del reto que imponen la labilidad de su personaje y lo extremo de las emociones que recorre. A ella se debe, además, que este proyecto haya salido adelante. Orencio Ortega imprime autenticidad y llaneza al personaje del pretendiente franco y decidido, y Pablo Gómez hace vibrar al joven Ray como un diapasón en sus decisivas intervenciones. La dirección de Lavín está a la altura del texto y de la buena versión de Vicky Peña, la misma que ella interpretara 14 años atrás.
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