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Columna
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La orquesta del 'Titanic'

¡Felices los tiempos en que, para llenar sus ediciones estivales, los periódicos tenían que recurrir a serpientes de verano y otras criaturas quiméricas! No ha sido, desgraciadamente, el caso de este agosto de 2011, sacudido de principio a fin por las noticias sobre la pésima situación financiera de Occidente y sus consecuencias políticas.

No es por amargarles más aún la rentrée, pero permítanme espigar algunos titulares de este y otros diarios a lo largo de las últimas semanas: "El momento más incierto de la economía desde 2008"; "El mundo se asoma a otra recesión ante la impotencia de los Gobiernos"; "La deuda y la incapacidad para crear empleo, principales problemas"; "Los Estados Unidos temen otra recesión"; "Alemania exige a España disciplina"; "El temor al contagio de Francia hunde aún más las Bolsas"; "Jacques Delors: 'Europa y el euro están al borde del abismo".

Los embates de la economía han derribado murallas tan inexpugnables como la intangibilidad de la Constitución

En ese contexto, hemos visto a la Administración Federal norteamericana en la linde de la suspensión de pagos, mientras las grandes expectativas suscitadas por la presidencia de Obama se deshacían como un azucarillo. Y hemos oído al primer ministro francés, François Fillon, advertir que el país vecino "no puede vivir eternamente por encima de sus recursos". Más cerca de nosotros, los embates de la economía han derribado murallas que parecían inexpugnables. Cada vez que, a lo largo de tres décadas, el nacionalismo catalán pedía la supresión de las diputaciones provinciales, ¿recuerdan ustedes la respuesta unánime de PSOE y PP? Tales entes eran esenciales para el equilibrio territorial, y además formaban parte del ADN del Estado español contemporáneo... Pues bien, de repente el candidato socialista Rubalcaba propone liquidarlas de un plumazo, sin otra argumentación que el ahorro.

Pero lo más de lo más ha sido la caída del gran tabú de la política española desde el 1978 acá: la intangibilidad de la Constitución. Bajo la presión conjunta de Fráncfort y de Berlín, socialistas y populares se han puesto a manosear ese tótem sagrado y han convenido en un periquete su reforma, aunque esta huela a Pacto de El Pardo, queme plazos y trámites, excluya a fuerzas fundantes del actual sistema democrático y suponga el definitivo haraquiri electoral del PSOE.

Así las cosas, y situados en la línea de salida del nuevo curso político, mi pregunta es la siguiente: los distintos sectores sociales, colectivos laborales y grupos de interés -todos ellos legítimos, por supuesto- que, durante el curso pasado, comenzaron a movilizarse contra los recortes, ¿entenderán por fin cuál es la situación económica real, y reaccionarán con la responsabilidad que esta exige? Cuando las diputaciones peligran, los ayuntamientos devorados por el déficit empiezan a suprimir servicios y la intocable Constitución es reformada en una semana, todo esto al dictado de la imperativa reducción del gasto, ¿cabe pretender que ello no repercuta en absoluto en la sanidad, en la educación, en la cultura, etcétera?

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Por ejemplo: dado el volumen que alcanza en nuestros presupuestos la factura sanitaria, ¿cómo van a ser acogidas las inevitables medidas para frenar la reiteración de las mismas exploraciones a los mismos pacientes, o para contener la práctica de la medicina defensiva (esa en la que el médico multiplica las pruebas diagnósticas para cubrirse las espaldas ante cualquier denuncia ulterior)...? ¿Responderán los profesionales con sentido de la realidad y espíritu autocrítico o -como ya ha apuntado algún colectivo- dirán que cualquier restricción en esos terrenos constituye un atentado intolerable contra el libre ejercicio de la medicina?

No sólo en el delicadísimo terreno de la sanidad, sino sobre el conjunto de trabajadores de la función pública de nuestro país planea hoy el riesgo de caer en el síndrome de la orquesta del Titanic. Ya saben, esos músicos que -según la tradición- seguían tocando impávidos en el salón, mientras el famoso paquebote se hundía en las frías aguas del Atlántico Norte.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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