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Cultura general
Columna
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Teoría del atolladero

Javier Rodríguez Marcos

Cualquiera que recuerde su infancia o cualquiera que tenga trato con niños sabrá que para ellos el año no termina en diciembre sino en junio. En septiembre son otros. Julio y agosto son la fase feliz y amorfa de una metamorfosis en la que un día el gusano termina convertido en adolescente, es decir, en capullo. La mariposa nace cada vez más tarde. Hace unos años hubo en Barcelona una exposición cuyo título -Adultos a los 10, niños a los 40- resumía con agudeza la historia universal de la infancia: de mano de obra barata a déspotas por ilustrar.

El verano fue, al hilo de la escolarización obligatoria, una conquista comparable a la de las vacaciones pagadas para los obreros, algo que no tiene ni un siglo y que podría no llegar a cumplirlo ahora que nos quieren hacer creer que lo que nuestros padres sudaron como derechos tendremos que malvenderlo nosotros como privilegios. Los designios del mercado son inescrutables.

Hasta que llegue la próxima reforma, las vacaciones seguirán siendo para los niños una mezcla de regalo y castigo que pone para siempre un muro en forma de calendario en ese territorio inconmensurable que los filósofos llaman duración y los profanos, aburrimiento (la palabra maldita del siglo XXI).

No puede ser casual que en la mitología latina el Saturno que devora a sus vástagos sea Crono, titán griego del tiempo e inventor de la melancolía. Henri Michaux, poeta, lo expresó así: "A los ocho años Luis XIII hace un dibujo parecido al del hijo de un caníbal de Nueva Caledonia. A los ocho años, tiene la edad de la humanidad, tiene por lo menos 250.000 años. Años más tarde ya los ha perdido, no tiene más que 31, se ha vuelto un individuo, no es más que un rey de Francia, atolladero del que no saldrá nunca".

Tal vez convenga tener en cuenta a Michaux al hablar del trabajo infantil, restringido oficialmente en el Primer Mundo a los espectáculos: el deporte y el cine (no parece abundar en el teatro). Este curso será el primero en el que los "menores" no podrán optar a un Premio Goya. Se dice que para ellos competir y actuar es solo un juego, aunque tengan un sueldo fijado por convenio. Es difícil acuñar fórmulas mágicas en 400 palabras al sprint, pero convendría, solo eso, no perder de vista la teoría del atolladero. Cualquiera que tenga trato con niños sabrá que para ellos jugar es la cosa más seria de este mundo.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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