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Balñon dividido

Hugo en el área chica

Juan Villoro

Conocí a Hugo discutiendo de camas. El centro delantero juntaba las manos ante la mirada absorta del recepcionista de un hotel. Habíamos ido al Mundial de Alemania 2006 como comentaristas y el pentapichichi convertía su instalación en un problema de área chica: le hablaba al empleado como si fuera un árbitro.

Lo curioso es que la dificultad le divertía. Ocupar una posición en la cancha significa asumir una psicología. Hugo Sánchez aprecia que existan los obstáculos porque es la única forma de sortearlos.

El sibarita de los enredos encuentra en lo más nimio una opción para la épica. Hugo pidió un sándwich en baguette y le trajeron pan tristemente integral. Los ojos se le iluminaron: pudo discutir con más ademanes que palabras, como si reclamara un penalti.

El futbolista tiene dos vidas públicas: una dentro de la cancha, otra fuera. Hugo recibió unánime aceptación por su contundencia goleadora. Lejos del campo, no contó con el mismo aprecio. La fama es siempre simplificadora y el ariete de excepción también fue visto como alguien que ponía excesivo énfasis en sus virtudes y se hacía expulsar para ver cómo era la cancha sin él.

Pero no se viaja por el mundo anotando goles de chilena sin otras facultades. La acrobacia depende del temperamento. Hugo está mejor informado que la mayoría de sus colegas y profesa un inquebrantable afecto por los suyos. Esto le da seguridad para el desorden, es decir, para transformar lo cotidiano en un teatro de la picardía. Cualquier sitio califica para él como área chica.

Cuando llegamos al estadio Alianz, la fila para entrar era enorme. De inmediato diseñó una estratagema. Se fue a un costado y pidió que lo llamáramos. Esta "jugada de atracción" hizo que numerosos aficionados abandonaran la fila para saludarlo. Repartió abrazos mientras nosotros avanzábamos hacia la entrada. Cuando llegamos a la puerta, nos alcanzó corriendo. Nunca un acceso fue tan veloz.

Un empleado rigorista lo detuvo por llevar un peine de aspecto punitivo. De nuevo discutió con felices aspavientos. Esto le dio ánimos para inventar otra jugada. Otro de los comentaristas era Bernd Schuster. Hugo se propuso impedirle el acceso al ascensor. Fingió que se había lastimado y nos retuvo junto a él. Cuando la puerta se abrió esperó el tiempo exacto para entrar sin que Schuster pudiera hacerlo. ¿Qué objeto tenía esto? Ninguno. El pícaro burla gratis.

"Siempre ha sido así", comentó Chucho Ramírez, que compartió con él los tiempos como juveniles en los Pumas. Con los años, Ramírez se convertiría en el notable entrenador que llevó a la selección mexicana al campeonato sub 17 en 2005 y en gran conocedor de la psicología deportiva. Para él, la habilidad con que Hugo cambia la sal por la pimienta definen al que engaña en espacio corto.

Una tarde estábamos detenidos en una autopista bávara. De pronto recibimos el empellón de otro vehículo. No hacía falta volverse para saber quién molestaba de ese modo. Hugo había encontrado su área chica.

En todo equipo hay un bromista de vestuario, dispuesto a encontrarle posibilidades dañinas al champú. El que convierte eso en un sistema de vida suele ser centro delantero, alguien que se roba el destino en un instante.

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