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Mi verdadera historia

DÍA 26

Irene y yo nos volvemos adictos el uno del otro. Aprovechando las ausencias pautadas de mi madre, nos citamos en casa, donde entablamos batallas amorosas en las que perecemos los dos. Rotos los límites impuestos por la desconfianza o el pudor característicos de los primeros encuentros, cada uno investiga obsesivamente con la lengua y los labios el cuerpo del otro valorando el sabor de sus jugos, el tamaño de sus irregularidades y la profundidad de sus grietas. Tras cada una de las descargas, nos miramos sobrecogidos, como preguntándonos si es normal este modo de hacer las cosas.

Cuando recuerdo a Irene sus escrúpulos religiosos, se ríe y volvemos a empezar, pues las mismas cautelas que antes frenaban su excitación ahora la estimulan. Parece mentira que algunas partes de mi cuerpo continúen en su sitio tras el paso por ellas de su boca voraz. Y no salimos de un polvo cuando ya estamos en el otro. Conozco su cuerpo palmo a palmo, centímetro a centímetro, pero no logro evocar sus pliegues al quedarme solo. En una suerte de expiación, de enmienda, de penitencia de la que obtengo un placer desmesurado, he lamido las líneas del muñón de su muslo hasta agotarme. A veces le pido que se deje la pierna puesta, para probar todas las variedades posibles del amor, y ella no me dice que no. Y cuando se queda satisfecha y cae en una especie de letargo que recuerda, por su expresión, al de los drogadictos, juego a quitársela y a ponérsela.

No salimos de un polvo cuando ya estamos en otro. Conozco palmo a palmo su cuerpo

No solo la pierna, también le pongo las bragas y el sujetador y la falda, me gusta mucho vestirla y a ella que la vista. Y entonces me acuerdo de mi padre y de su novia, la tal Sara, y me digo que es imposible que él la satisfaga a ella como yo a Irene y eso me proporciona también un oscuro placer porque se trata de un placer lleno de rabia, incluso de odio, como si en el acto de follar, igual que en el de escribir, se ejerciera extrañamente un modo de desquite. Irene no deja de animarme a seguir escribiendo, me ve ya como a un autor famoso al que mi padre, tarde o temprano, no tendrá más remedio que leer. Y quizá, pienso yo, no tendrá más remedio que hablar de él (bien) en uno de esos talleres de lectura de los sábados.

EDUARDO ESTRADA

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