'Cassis' y vino blanco, regalo de la república perdida
El café gelat de Alcoi tiene sus cualidades, te mantiene espavilat, pero yo prefiero el vino, el de todas las zonas del país. Me encanta a temperatura natural todo el año y un poco mas frío en verano. De pequeño, en mi casa, cada domingo se tomaba cerveza de barril con aceitunas rellenas o partidas, tapenots y las variantes de aigua-sal con patatas papes; alguna vez, en casos especiales, anchoas, ou de tonyina, moixama, bacallar (los salados populares) capellans, pericana o calamar a la romana y ensaladilla rusa, todo en pequeñas cantidades incluida la cerveza o excepcionalmente un vermú a granel que mejoraba al Martini rosso. En la década de los 70, en Altea, tomaba vino muy rebajado con gaseosa y algo de cerveza y mucha agua de manantial, el calor era sofocante. En el 87, en la inauguración de una exposición que hice en Bruselas, una mujer republicana exiliada me regaló una botella de Cassis, con la recomendación de beberlo -una parte con cuatro o cinco de vino blanco- a diario, asegurando que era el secreto de su buena salud ya que era muy mayor y se conservaba bien y con sus ideales intactos. Posteriormente, en Cuba, conocí el daiquiri y el mojito, insuperables si se saborean en la gran isla del Caribe. Después, en las montañas de l'Alcoià, recreé un derivado que no está nada mal; una parte de Habana Club 3 Años con cuatro de agua-limón granizado y unas hojitas de hierbabuena. En Seúl, aprendí que el agua -agua caliente- puede ser un aperitivo excepcional, recomendable con su cocina a base de verduras.
Antoni Miró es pintor.
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