Voz para lo que le echen
El gesto más repetido minutos antes del concierto de Tom Jones en Gandía en los corrillos formados por la concurrencia era el febril balanceo de brazos que un pijo y chaparro personaje de la teleserie El Principe de Bel Air popularizó hace ya bastantes años, al ritmo de It's Not Unusual.
Gandía no es precisamente Las Vegas (ni falta que le hace), pese a la gerontocrática apuesta musical de su consistorio para este verano y a la diversidad de un público, tajantemente diferenciado según su capacidad de apoquine (en pie el pueblo llano, sentados los más pudientes), y entre el que no podían escasear ni una nutrida presencia de turistas británicos ni las muestras de cierto pseudo glamour local, en algún indefinible punto entre el ansia de aparentar y la proverbial coentor autóctona. Las áridas pero a la vez hirvientes incursiones en el cancionero popular norteamericano fueron recibidas con respeto pero cierta frialdad, hasta que Sex Bomb devolvió las cosas a su sitio, haciendo mover los pies al personal, cosa que también lograron la remozada Kiss (Prince) y la recurrente It's Not Unusual, después de una excepcional Delilah, apuntalada con guitarra española, palmas y trompeta fronteriza. A sus 71 años y parapetado tras su media sonrisa socarrona, el viejo galán sigue siendo un espléndido entertainer, amén de un vocalista portentoso, capaz de sacar a pasear su rugido sin apenas pestañear. Un showman con cientos de muescas en su recámara, y que, al igual que ocurre con Joe Cocker (paralelismo poco caprichoso: también recuperó el You Can't Leave Your Hat On que Randy Newman le compuso para que este triunfase en los 80) debe todo su fulgor a su condición de extraordinario intérprete. Cantando lo que le echen, sin discriminar ni por razones de estilo ni de presunta aceptación.
TOM JONES
Plaza del Puerto de Gandía. 8.200 espectadores asistieron al espectáculo, parte de la gira Praise & Blaime. Se trataba de la primera vez que actuaba en la comunidad.
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