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Mi primera vez | Hoy, Tomás Segovia

¿Pero hubo alguna vez?

Es difícil sustraerse al reflejo rudimentario de pensar en la primera vez que hizo uno el amor. ¿Para quién no es esa una de las fechas más importantes de su vida? Cierto que muchas veces, por lo menos en mis tiempos, está tan rodeada de conatos frustrados, logros a medias y fantasías, que es difícil decidir si en cierta fecha ya habíamos hecho el amor, o más bien no pero casi. Pero hay más: dice Pavese que no existe la primera vez. El hombre todo lo hace por segunda vez: si hace algo aparentemente nuevo, pronto descubre que está repitiendo un arquetipo mítico, el gesto de un dios, único posible autor de una verdadera primera vez. Idea no muy alejada de las que difundía por entonces Mircea Eliade sobre el pensamiento mítico. Yo mismo describí hace años (a propósito de la película de Alain Resnais Je t'aime, je t'aime) "cómo el amor no empieza nunca": uno empieza a estar enamorado el día que uno se pregunta cuándo empezó a estar enamorado.

A veces, sin embargo, nos parece claro: yo sé bien cuál fue la primera vez que fui a Acapulco. Tengo una fecha, un relato más o menos estereotipado, algunos detalles más o menos bien inventariados. Pero ¿se trata de eso? Preguntarme por esa primera vez, ¿no es preguntarme lo que realmente sucedió? Y entonces, necesitaría para contestar los 12 tomos de En busca del tiempo perdido. Y aun así...

Es que aquí se trata del sentido. Ningún acto de conciencia inventa el sentido, ni siquiera su propio sentido. Toda significación se descifra sobre un fondo significativo, no es posible imaginar un instante en que nada significa nada seguido de un instante en que algo significa algo. Cuando mucho, podríamos imaginar todo un trecho de tiempo en que a la vez ya hay y todavía no hay significación, un "umbral", como dicen los psicólogos, lo que Blanchot llamaba "de repente aunque poco a poco". No es posible imaginar ese "buen día" en que el mono se hizo hombre. Si el hombre ya era hombre es que hacía rato que era hombre.

¿Contradictorio todo esto? Para la lógica sí, para la ciencia exacta también, pero no para nuestra comunicación humana real. ¿Soy necesariamente contradictorio si relato la "primera vez" que me sentí adulto? Íbamos a jugar un emocionante partido de entrenamiento, nos habían prestado la cancha de un colegio amigo, por primera vez en mucho tiempo íbamos a dar patadas sobre verdadera hierba verde y con redes en las porterías. ¡Y amaneció lloviendo! Iba a sentir la ira ciega de otras veces, la conocida rabieta infantil cuando se me rompía el juguete, cuando estaba en la piscina y no tenía traje de baño, cuando me sacaban de la fiesta. Y no; era como si hubiera decidido no hacer rabieta, como si eso se pudiera decidir. ¿Y desde cuándo podía yo eso? Por supuesto, no encontré la respuesta. ¿De veras no se entiende que no supe desde cuándo era ya adulto?

RAQUEL MARÍN

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