El Madrid da vida al Barça
Más fresco y con gran firmeza, el equipo de Mourinho, muy superior, sobre todo en el primer tiempo, no puede con un rival sin ritmo y corto de preparación
El fútbol genera muchos desmentidos. Esta vez lo pagó el Madrid: no siempre gana el más fuerte y el que mejor juega. Axioma que, por otra parte, ha sido una constante en su adversario. Pero anoche el Barça no fue el Barça que brinda por los resultados a partir del juego. Por una vez, el Barça tuvo más pegada que fútbol. El equipo azulgrana, con otro ritmo de pretemporada, se presentó en Chamartín desteñido como nunca. Sin pretorianos como Piqué, Puyol, Xavi, Busquets e incluso Pedro. Pep Guardiola ha planificado el curso con las luces largas. Por ello no le importó hacer debutar a Alexis en un duelo con tanto colmillo o dar carrete a Thiago. Tampoco titubeó al alistar un macizo central impostado, con Mascherano, Keita y Abidal, un cortocircuito para los culés, cuya esencia irrenunciable es dar palique a la pelota, colonizar el juego con el balón como santo grial.
A la desnaturalización barcelonista contribuyó lo suyo el Madrid. José Mourinho, con más urgencias, ha previsto un calendario estival mucho más exigente. Para el Madrid, la temporada empezaba de verdad en la Supercopa. Se advirtió de inmediato en su enérgica puesta en escena. Prueba de que las distancias entre ambos se han acortado desde el pasado enero, el entrenador portugués envidó con el mismo equipo titular que, en noviembre de 2010, se despeñó en el Camp Nou por 5-0. De entrada, fue un equipo mucho más chispeante, eléctrico y firme. Pocas veces, ninguna quizá, se ha visto al Barça tan desteñido, sometido por un rival que le atosigó en la defensa, le hizo un ovillo en el eje y le desenchufó por completo en el ataque. Insólito: el Madrid tenía un porcentaje de posesión abrumador. El Madrid era el Barça. Y el Barça, un equipo que todavía calienta para lo que se avecina.
Con su mejor partitura de la última final de Copa, el Madrid no fue un conjunto contemplativo. Tuvo una decisión extraordinaria, con sus cuatro atacantes anudando a los zagueros azulgrana. Mascherano y Abidal resultan una solución de emergencia cuando solo enhebra uno de ellos junto a Piqué o Puyol. Con los dos juntos, el Barça padece sin la pelota, por su falta de sincronía, y casi más cuando tienen la posesión para dar salida al juego. En esa faceta uno y otro pueden provocar un esguince al balón. Por delante de ellos, tampoco Keita es un jugador para dirigir el tráfico.
El apretón del Madrid, con un nivel de decibelios inalcanzable para su adversario, tuvo la primera expresión en el magnífico cabezazo de Benzema al que respondió Valdés con una estirada imposible. No fue una huella aislada de Benzema, más fino de cintura y con mayor dosis de autoestima. El francés capitalizó las oleadas blancas, muchas y constantes, con los barcelonistas fuera de lugar. Nadie era capaz de dar una puntada y, cuando la pelota llegaba a un palmo de Iniesta o Thiago, entraban en acción Pepe, Khedira y Xabi Alonso, siempre al límite, en combustión ante un árbitro sobrecogido. El Madrid no ha perdido su aire intimidador en los clásicos.
Marchitado el Barça, el gol era cuestión de tiempo. O de Benzema, que en cada intervención dejaba sonados a los centrales visitantes. Así ocurrió cuando se midió en el costado derecho con Abidal. Mascherano quiso ser escolta antes de tiempo y entre todos perdieron de vista a Özil, que aterrizó por el callejón del ariete para agradecer la magnífica asistencia de Benzema. Más que un gol, un do de pecho del Madrid, que ni siquiera precisaba de la mejor versión de futbolistas como Cristiano y Di María. Su vocación gremial resultaba conmovedora.
Cuando todo presagiaba una tormenta para el Barça, el partido pegó un vuelco inesperado. A Messi no se le había visto ni la sombra, Alexis vivía esposado por Marcelo y Villa era un soldado raso ante Sergio Ramos. Casualidad o no, la fase más confusa del Madrid llegó justamente tras una patada de karateka de Khedira a Abidal. La primera pirotecnia de un partido hasta entonces casi solemne destempló algo al Madrid, que perdió el hilo. Messi, que no necesita mucha liturgia, apareció por fin y Villa, en el primer disparo de los suyos, pegó a la pelota como si fuera un plátano. El balón hizo una comba imposible para Casillas. Turbado el Madrid, incrédulo ante semejante accidente, Messi, pícaro como es, adivinó la pájara de su rival y aprovechó que a su alrededor se atropellaran Khedira y Pepe. Si el empate parecía un espejismo, el giro en el resultado era un misterio trinitario. El Barça sobrevivía gracias a la generosidad de su plantel y a la precisión de cirujanos de sus delanteros, que ayer, sin volantes, se buscaron la vida por libre.
El Madrid fue capaz de sobreponerse al azote, algo que dice mucho de su espíritu irreductible. Pero el marcador también activó al Barça, un poco más reconocible en el segundo acto, con Alexis más suelto, Messi al acecho y más sinfónico con Piqué y Xavi sobre el regado césped del Bernabéu. Más equilibrado, el duelo fue más abierto. El Madrid no perdió frescura y se mantuvo firme. Xabi Alonso hizo bingo y, al menos, rescató el empate para los suyos ante el jolgorio de una hinchada entregada a la causa desde el aperturista entrenamiento del sábado.
Para su desgracia, el Madrid recibió un inquietante mensaje: tanta superioridad no le bastó para vencer a un rival que no disimuló su inferioridad desde que en junio marcara su hoja de ruta para esta temporada. Una versión muy rebajada de lo que se espera de él le resultó al Barça suficiente para no salir tan magullado como presagiaba el devenir del partido. Un Madrid de cuerpo entero no fue suficiente. No siempre el marcador se impondrá al juego. El Barça volverá a ser el Barça, pero el Madrid, por supuesto, aún tiene margen de mejora. Habrá que ver dónde está su cima.
Chamartín asistió al chupinazo de una trama sin fin.
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