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Balón dividido
Columna
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Los izquierdistas del césped

Juan Villoro

El estado actual del mundo hace pensar que las canchas de fútbol serán el último refugio para jugar por la izquierda.

Esa región es patrimonio del extravagante del equipo, un velocista habilidoso que parece jugar al otro lado del espejo.

Cuando los números definían posiciones y psicologías, el 11 era patrimonio de los zurdos. En el fútbol, el último de la fila es impar. Un iconoclasta en una especie con 10 dedos que optó por el sistema decimal.

Patear balones nos ha acostumbrado a un misterio biológico: la pierna izquierda nace más especializada que la derecha. Es más común que un futbolista zurdo sea un virtuoso y más difícil que sea ambidiestro. Modelo de enjundia, Martín Palermo logró patear del mismo modo con los dos botines, pero con ninguno logró toques versallescos.

A veces resulta innecesario duplicar recursos. Sería una desmesura que Messi y Maradona lograran con la derecha lo mismo que con la izquierda. En su caso, asombra que tengan otra pierna.

Cada cierto tiempo, Javier Marías escribe con justicia acerca de la discriminación que padecen los zurdos. Sabe de lo que habla porque fuma y firma con la izquierda. Abundan los casos de niños obligados a escribir con la mano "correcta" para no usar la "siniestra".

No se puede decir que el fútbol menosprecie en forma abierta a quien deslumbra en la última esquina del campo al estilo Futre o domina toda esa banda como Roberto Carlos. Sin embargo, parece haber un tope para dicha habilidad. ¿Cuántos zurdos resiste un equipo? Una alineación de 11 diestros resulta aburrida pero se tolera; en cambio, al tercer zurdo el entrenador sufre taquicardia. ¿El fútbol del futuro deparará alguna vez un equipo íntegramente de izquierdas?

En una ocasión conversé con un amigo argentino sobre Fernando Redondo, jugador excelso, con pinta de trágico Príncipe Valiente, que fue alejado de las canchas por las lesiones y de la selección porque no quiso cortarse el pelo. Me recordaba a un personaje de Juan Ruiz de Alarcón: "Me llamo Redondo y soy agudo". Además, su apellido desafiaba la costumbre: el zurdo, ejemplar número 11, garantiza que la alineación no acabe en número redondo.

Mi amigo me refutó de este modo: "Es demasiado zurdo". Extraño reproche, pues discutíamos de un deporte donde los grandes perfeccionan una sola cosa: la volea (Gerd Müller), el cabezazo (Bierhoff), la tijera (Hugo Sánchez), el tiro libre (Beckham), burlar al equipo entero (Maradona). Pero ciertos conocedores consideran que alguien es demasiado zurdo.

Los amantes de la regularidad y la eterna primavera desconfían de la lluvia que nadie preveía y del lance inopinado que surge por la izquierda. Más aún: desconfían de los artífices que hacen que todo el campo parezca la punta izquierda.

Custodios de lo impredecible, los hombres que no saludan con la diestra por instinto sino porque aceptan el mundo donde son minoría, confirman que la originalidad es rara.

Rivelino llevó en la espalda el 11 de la más célebre selección brasileña, la que triunfó en el Mundial de México en 1970. Admiraba a Pelé, pero sabía que al Rey le faltaba una singularidad para ser perfecto. Un día se le acercó y le dijo: "Te hubiera gustado ser zurdo, ¿verdad?".

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