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Reportaje:Crímenes y criminales

Matar para ser madre

La obcecación por tener un hijo condujo a Isabel Marcos a drogar y enterrar a su amiga Vanesa para apoderarse de su bebé

Carmen Morán Breña

Una hermosa lengua del Atlántico entra a tierra entre Ferrol y Fene. En el verano de 2002, un hombre pasea por la orilla y mira al agua con insistencia. No está mariscando, pero sí busca: espera que el mar le devuelva el cadáver de la joven Vanesa Lorente. Por más empeño que ponga en el rastreo, la búsqueda será huera. La chica está muerta, sí, pero también enterrada. Sobre su cuerpo, un perro; sobre el perro, la tierra, y sobre la tierra, una capa de cemento. Pero nadie lo sabe todavía.

El martes 13 de agosto de aquel año se perdió la pista de Vanesa, que a sus 22 años acababa de tener un niño, a punto entonces de cumplir cuatro meses. Tampoco se sabía nada del bebé. Desaparecieron juntos. Aquel día había comido en casa de su amigo Nicolás Castro, en Fene, donde vivían, una lasaña que había hecho ella misma para la familia. "Ella y su novio, Pillo, vivieron un tiempo arriba, en el tercero. Hicimos amistad. El día antes del parto él volvió a pegarle. Nadie miraba por ella", recuerda ahora Nicolás. En el transcurso de aquel almuerzo, la muchacha recibió una llamada en su teléfono móvil. Era la asesina, Isabel Marcos Maceiras, Isa, que la citaba para esa misma tarde. Con una porción de la lasaña, Vanesa volvió a casa. Aquellos días vivía con su amiga Rosa de Ana y sus hijas, bajo la tutela de los servicios sociales después de haber denunciado por maltrato a su novio en varias ocasiones. Las anotaciones en su diario revelan el infierno de su relación, las pocas migas que hacía con su madre, residente en Mahón, y la espera de un hijo no buscado. Cuando llegó a casa entregó la comida y les dijo que se iba a Alcampo con Isa.

Isabel cumplió su sueño entre rejas. Se quedó embarazada en la cárcel. Ahora tiene una niña

La primera parada es en un bar llamado Pan Neda. Lo regentaba entonces Julio Santos, el hombre que días después buscaría con insistencia en la ría de Ferrol. Vanesa había trabajado allí algún tiempo y Julio seguía ayudándola dada su precariedad económica. "Ella venía con marcas en la cara, de los golpes del novio. Era una chica con una gran amargura, muy triste, muy callada. Tenía una melena negra, unos labios gruesos y las cejas... [Julio, ya jubilado, busca la palabra] ... perfiladas. Aparentaba muy joven y nunca sonreía". Las dos mujeres se sentaron. Julio incluso habló con la asesina.

-Yo a ti te conozco -le dijo.

-Sí, hombre, soy de Monfero, usted repartía el pan por allí -le contestó ella. Luego se fueron.

El nicho ya estaba excavado en el huerto de los padres de la asesina. Pero antes pararon en una gasolinera de Pontedeume para comprar unos refrescos en los que Isa vertió los somníferos triturados. Vanesa estaba inconsciente cuando llegaron a Monfero. Allí esperaba la madre de Isabel, María Maceiras, y entre las dos cogieron el cuerpo y lo enterraron. Después llegó el padre, José Carlos Marcos, y cubrió con cemento el suelo del cobertizo, en la creencia, según declaró, de que habían enterrado un vespino.

Isa ya tenía lo que había anhelado durante años: un bebé. Cometió un crimen para conseguirlo y arrastró a sus padres a la cárcel con ella. Allí siguen los tres, pero la estancia entre rejas les ha deparado una gran sorpresa.

La obsesión de Isabel Marcos por quedarse embarazada venía de largo. En las parroquias de Monfero la recuerdan con un cojín en la tripa. No era solo una locura; Isabel estaba preparando el desenlace de un delirante teatro montado torpemente para quedarse con el crío. A su padre le dijo meses antes que había tenido una nieta; a su novio, Lino López, le contó que había sido padre, y su exmarido, Ángel González, con el que nunca pudo concebir, se prestó a vivir de nuevo con ella y con el bebé robado como si fuera suyo. Para cada uno había fabricado una mentira, todas ellas de poca consistencia y fácilmente desmontables. La debilidad de la trama no impedía, sin embargo, que Isa se hiciera fotos con el bebé y lo enseñara, feliz, a todo el que lo quisiera ver.

La Guardia Civil resolvió el caso en cuanto se puso a ello. En apenas dos días. Pero hubo que esperar hasta el 20 de septiembre. Hasta entonces, los amigos de Vanesa se desesperaban con una búsqueda que no avanzaba. La víctima había conocido a Isabel porque los novios de ambas eran amigos, Pillo y Lino, los dos dados al marisqueo furtivo en algún tiempo. "Yo vi a Pillo, el padre del bebé, salir de madrugada de casa de Isabel, cuando Vanesa ya había muerto. Declaró después que había estado tomando unas copas allí. ¿No estaba su hijo en la casa? De haberlo visto lo hubiera reconocido, claro...", deja caer Nicolás Castro. "Y Lino nos dijo que no buscáramos a Vanesa, porque había mandado un mensaje diciendo que estaba en Madrid con un tal Antonio", dice Julio Santos. "Y entonces, ¿por qué no llama?', le pregunté yo". Vanesa tampoco estaba en Mahón visitando a su madre, con quien no se llevaba muy bien. "Nadie miraba por ella", insiste Nicolás Castro.

El 20 de septiembre, como se ha dicho, los guardias vigilan el domicilio de Isabel desde primera hora de la mañana. A las 11.20, la mujer sale con el bebé y se dirige en coche hasta un tanatorio. Un agente entra tras ella y alcanza a hacerle algunas consideraciones fútiles sobre el crío. Lo suficiente para despejar todas las dudas: el niño es el mismo que el de la foto que manejan, el hijo de Vanesa.

La vigilancia continúa. Isa vuelve a casa y a las 17.50 sale de nuevo. Los agentes la invitan entonces a acompañarles al cuartel para colaborar en la investigación de la desaparición de Vanesa. Se presta voluntariamente y sigue mintiendo en su declaración. Luego acompaña a los agentes al registro del domicilio, donde aparecen los zuecos de la víctima. Cuando le piden que les acompañe de nuevo, deja una nota para su exmarido: "Estoy en el cuartel porque dicen que robé el niño". La nota la había escrito en el reverso de la factura del cemento que compró para cubrir el foso de Vanesa.

A ambos se les acusó de suposición de parto y alteración de la paternidad, estado o condición del menor. Pero sin cadáver no hay crimen. Isabel Marcos confesó al día siguiente y señaló con unos trazos el lugar donde encontrar el cuerpo. Primero desenterraron al perro. Los lugareños dicen que con ello se evita que otros perros escarben... pero ¿y el cemento? En su declaración, Isabel quiso implicar a Lino, su novio, sin conseguirlo. Detalló con precisión, sin embargo, la colaboración crucial de su madre en el crimen. Pero ni en Fene ni en Monfero se explican muy bien qué pinta el padre en la cárcel; nadie lo ve muy capaz de tener un papel relevante en el asunto. Ni de enterarse casi de lo ocurrido.

Pero allí están los tres. Solo que ahora son cuatro. Isabel ha cumplido el sueño de su vida entre rejas. Se quedó embarazada, esta vez de verdad, y tiene una niña, "de un par de años más o menos", según una vecina de una de las parroquias de Monfero, que la ha visto en alguna ocasión. Otras lo confirman en las aldeas cercanas.

Julio Santos se sorprendió al enterarse, hace unos días. "Pero Vanesa está muerta", dice solo. Y recuerda a aquella chica de Cartagena, hija de padres divorciados, que recaló en Galicia por circunstancias de la vida. Menciona de nuevo los golpes que le daba el novio, que ahora tiene la custodia del hijo, y las penurias económicas que pasaba. Y se vuelve a mirar la ría desde una terraza de Fene. "Cuando supe que había desaparecido, pensé que se había tirado al mar".

Isabel Marcos se fotografía feliz con el bebé robado a su amiga muerta.
Isabel Marcos se fotografía feliz con el bebé robado a su amiga muerta.INTERVIÚ
Vanesa Lorente, con su hijo.
Vanesa Lorente, con su hijo.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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