Una apuesta por los productos de la huerta y las latas
Qué le vamos a hacer. No soy muy de vinos, ni de café, nunca di el paso. Igual que de pequeño jugaba con plastilina y ahora me dedico a la animación, quizá me quedé anclado a la infancia en esto del aperitivo, el comer y el beber. Si hay colacao, mejor, si hay coca-cola, también. Me gusta el colorido de la mesa antes de comer, de la mesa del verano. Recuerdo mi niñez estival en la playa de Gandia con mis abuelos. Eran de Alcoi. Cuando aún no había torres de apartamentos, contaba mi abuelo, cogía a la familia y plantaba una chabola en la arena para pasar el fin de semana. Luego se compró una de las primeras casas y los primos y nietos la disfrutamos. Me gusta el colorido que recuerdo de esa mesa, los cuatro platos que parecen una fiesta, un cumpleaños del Chiquipark: papas, berberechos y coca-cola mezclados con el sabor a cloro de las gotas de agua que resbalaban a mis labios. Esa es la felicidad. Ahora hago un poco lo mismo, sigo apostando por las latas y productos de la huerta y quizá, pues es la verdad, sucumbo de vez en cuando a los encantos de las tortillas de don Vicente. No sé qué hace, nadie lo sabe, pero tiene mano. Don Vicente es el padre de mi novia y es famoso en la familia por su tortilla. Él la hace y luego cada uno la tunea a su manera, la pone entre pan, le echa un poco de queso, tomate frito... Placeres sencillos, de niño. Igual debería cambiar, no sé, pero es que hay sabores demasiado complicados. Quizá mis papilas gustativas jamás maduraron.
Pablo Llorens es animador cinematográfico.
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