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Crítica:MÚSICA | DISCOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un acertijo sobre poetas

"Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro / ...y haber malgastado en borradores la presente". Por otro quizá no, pero en voz de Rafael Berrio (San Sebastián, 1963), mirada torva desde el escenario, esos versos estremecen. "Soy una mezcla entre cantautor de calado y, como diría Poch, rockero aberrante", resume, desde la playa donostiarra de Gros, donde también vivía el genio de Derribos Arias. "La última vez que actuó fue en un concierto mío, poco antes de morir".

Y a los primeros ochenta se remonta la carrera de Berrio, clandestina pese a sus méritos, ahora especialmente demoledores gracias al acústico y orquestal 1971. "Quería hacer un disco de producción, digamos, afrancesada y fue lo primero que le solté a Joserra Senperena, autor además de los arreglos". Pese a sus lazos con Francia (parte de su familia emigró), no faltan referentes autóctonos: "Me gustan mucho las cosas de Juan Carlos Calderón, Cecilia o la primera época de Mari Trini, cuando iba de existencialista. El cancionero de la España de los setenta". Y no se trataba tampoco de defenestrar la casa: "Los músicos han tocado poco menos que por la merienda. Todo ha salido de mi bolsillo, aunque luego llegara la licencia de Warner".

Adentrémonos en el Berrio letrista. "Siempre escribo primero los textos, con calma, nadie me está esperando. Y mis temas suelen ser los mismos: la muerte, las mujeres, la belleza. También los amigos, la ebriedad, el vino...", 1971 deslumbra desde su apertura con Cómo iba yo a saber, historia de un descreído al que el amor, contra pronóstico ("a mí, que me es lo mismo que hoy sea hoy o sea mañana", canta Berrio), logra al fin levantar de la cama. En el disco hay, pues, al margen de exaltaciones amorosas, nihilismo y desencanto melancólico. Y unas cuantas dosis de ironía. Conviven los aires a Brassens (El amor es una cosa rara) y los aromas serratianos (Mis amigos). A la primera, el músico la define como "un acertijo sobre poetas", por sus alusiones tácitas a Quevedo, Pessoa, Violeta Parra o Miguel Hernández. "Me cuesta leer algo actual, un poco de Houellebecq si acaso. Mis favoritos son Baroja y Galdós, y me vuelven loco Valle y los poetas del 98".

Berrio se siente hombre de paradojas. Persevera en lo suyo, pese a cierta tendencia al ocultismo: estamos ante su primer trabajo sin alias (firmó como Deriva los dos anteriores) y en éste sólo aceptó incluir las letras en forma de notas manuscritas de su agenda. "No me parece mal, por ejemplo, la idea de hacer canciones para otros sin que nadie te moleste

[él ya ha estado detrás de algunos temas ajenos], pero luego el escenario se vuelve poderosamente adictivo. Y por otra parte, el malditismo resulta muy abrigado: casi conoces a todos aquellos para los que tocas".

Su pertinaz acecho de la canción perfecta ya había arribado a otro gran puerto en 2005 con el segundo largo de Deriva, Harresilanda (extramuros, en euskera). "En el previo, Planes de fuga, cinco años antes, me dio la locura de hacer algo electrónico". Hasta ahí, su camino siempre se había encuadrado en bandas. Una de adolescencia, U.H.F., pionera en el Donosti Sound (el término luego se adhirió a la camada de Le Mans y La Buena Vida) y expuesta en vivo en el mítico Rock-Ola madrileño. "¿Nuestro Donosti Sound? Una eclosión de color en tierra de nadie, entre la canción protesta de los setenta y el posterior rock radical vasco". Y en los noventa lideró los interesantes Amor A Traición, con dos largos bajo el influjo, admite, de Dylan y Lou Reed. "En el fondo, soy más de guitarra eléctrica. Y espero aún hacer un gran disco de rock. Se lo debo a mis amigos, que son para quienes escribo".

1971 está editado por Warner Music Spain.

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