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Columna
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Pasmado

Había en Vitoria hace muchos años un vendedor de El Pensamiento Alavés que clamaba a fuertes gritos las noticias más llamativas del rotativo vespertino de la entonces tan provinciana y pequeña urbe. El hombre le echaba celo y un poco de mala leche a la hora de ganarse tres pesetas vendiendo tan conservador diario producto de aquella aburrida ciudad donde eran los curas, y no tanto los militares, los que la dirigían con puño de terciopelo. Para vender sus periódicos ponía imaginación y algún equívoco que otro a sus anuncios: "¡El Pensamiento Alavés! ¡Con la muerte del dictador!" Quién no iba a volver la cabeza tras tal anuncio. Hasta que el vendedor veía acercarse a los de la Secreta, pues los conocía a todos de otras ocasiones, y alargaba la frase: "¡El Pensamiento Alavés! ¡Con la muerte del dictador Trujillo!" Lo mismo hacía citando la República, que finalmente acababa siendo, cuando llegaban los polis, la dominicana o la francesa. Y así.

Hacía tiempo que no me sobresaltaba por alguna argucia semejante, y lo que me pasó bien pudo ser porque en esto de la política lo más normal es que uno se engañe a sí mismo. Cuando empecé a leer que Bildu había condenado el terrorismo en las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao pegué un respingo en mi sillón. Seguí leyendo, acordándome de aquel vendedor de El Pensamiento Alavés, y pude apreciar que lo que condenaba era el terrorismo de ese chalado monstruo de Oslo. De nuevo pude ser testigo de que en ese mundo hay una cierta sensibilidad ante el sufrimiento, pero el padecido a miles de kilómetros, que convierte en un insulto la ausencia de sentimiento hacia lo padecido aquí.

De nuevo esa solidaridad exótica de una gran parte de nuestra sociedad con lo lejano, pero reacia a demostrársela a los familiares de las víctimas asesinadas por los de casa para la construcción de Euskal Herria. Se podría decir que por algún lado se empieza, pero por empezar por ahí, tan lejos, lo que ha merecido tinta de titular de prensa, es probable que nunca lleguemos a escuchar lo que esperamos: su solidaridad con las víctimas de aquí y la condena del terrorismo de aquí. De momento, oportunismo.

Esta espera nos sume en la melancolía enfermiza de aquel provincianismo opresivo del que esperábamos salir de una vez, no tanto por la opresión, sino por el aburrimiento y la mediocridad de los que regían nuestras vidas. Por eso girábamos nuestras cabezas como impulsadas por resortes cuando algo se escapaba en un grito del voceador del periódico en aquellas tardes plomizas que, para colmo, era mentira. Poco impulso nos queda de aquella afortunada aventura que enterró la dictadura, esa sí española, y al dictador, ese sí Franco. Aquel espíritu de cierta pasión por el cambio democrático reformuló muchas conciencias y anuló muchos prejuicios. Pero todo parece ya parado, nadie se pone a impulsar nada, y esperamos y esperamos, quizás inútilmente, que los matarifes del lugar digan de una vez que se equivocaron sin que nadie les impele a ello.

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