"Aquellos aperitivos de los años sesenta"
A finales de los años cincuenta, siendo yo un jovencito, y durante los sesenta, solía tomar el aperitivo en una taberna cercana a mi casa llamada Casa el Carbonero. A veces, después del aperitivo, también comía allí. Muy bien, por cierto. El local vendía además barras de hielo, y carbón con el que alimentaban un gran fogón o cocina económica, que tenía una plancha donde hacían la sepia y las clóchinas. Estas últimas se preparaban in situ, con una gran tapadera hasta que se abrían. Se ofrecían al cliente con el mismo aliñado que el de la sepia: ajo, aceite y perejil, presentándolas solo con media cáscara, y las tomabas cogiéndolas del extremo, como si de una cuchara se tratase. La bebida usual eran las primeras cañas de cerveza que se tomaban en España, o el tradicional vermut negro de garrafa, solo, fresco y optativamente con un poco de sifón. Otros aperitivos podían ser las aceitunas o los boquerones en vinagre. En aquella época eran también frecuentes los aperitivos familiares, a modo de entremeses que se servían antes de una buena paella o un cocido. Consistían en charcutería, queso manchego, algún fruto seco y, por qué no, tortilla de patatas o latas de berberechos o navajas. Estas son cosas de mi pasado, porque en la actualidad apenas tomo el aperitivo. Es un tema personal. A mis 65 años evito estos pequeños excesos. Me cuido. No obstante, alguna vez suelo pedir un plato de olivas rellenas antes de la comida. Me da vergüenza decir que las acompaño con Coca-Cola Light o Zero. ¿Qué le vamos a hacer? En alguna ocasión se me ocurre comer con tapas, que me sirven de almuerzo o cena. Es el equivalente a un gran aperitivo.
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