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Columna
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Este nacionalismo gallego

Que prohíban expresarse y manifestarse a organizaciones independentistas debiera causar escándalo y sin embargo es noticia pequeña. En una democracia nadie tiene derecho a reprimir el derecho de expresión y manifestación de opiniones políticas pacíficas y quien lo reprime atenta contra la democracia. Hay tanta razón en criminalizar la reclamación de independencia de Galicia como la pretensión de AP en su día o del PP ahora de reformar la Constitución para hacer desaparecer las nacionalidades. Aunque las organizaciones independentistas tienen tal voluntad de marginalidad que anulan la virtualidad de su propuesta, ayudan a los que pretenden criminalizarlas y a la reclamación de independencia misma.

El BNG está imposibilitado para construir y liderar un consenso colectivo

Pero la marginalidad política del independentismo es parte de la minorización del conjunto del nacionalismo gallego, que agrupó y agrupa a un sector valiosísimo de la sociedad decidido a defender los intereses económicos, sociales y culturales de Galicia. Pero todo ese fervor queda anulado políticamente en la práctica. Todo acaba reduciéndose a una política puramente reivindicativa, defensiva, sin ofrecer un camino real a Galicia. Revela su debilidad el que una manifestación como la del pasado 25 de julio, cerca de 20.000 personas, sea ignorada en los medios de comunicación tanto de Galicia como de Madrid, tanto públicos como privados. Le resulta mucho más fotogénica a los medios de comunicación la acampada de los "indignados" en el kilómetro cero de la España radial: lo que los "indignados" cuestionan legítimamente es "el sistema" pero lo que los nacionalistas gallegos cuestionan es la forma concreta del Estado, y eso le escuece más al nacionalismo español. Es una aberración democrática, una manipulación de la realidad, es injusto..., pero la vida no es justa. Las relaciones sociales y políticas son relaciones de poder y el nacionalismo gallego es impotente. A la vista está.

Desde hace unos años el nacionalismo gallego en la práctica se agrupa tras el BNG, que tendrá un congreso en otoño. En el BNG conviven grupos varios pero el determinante, por historia, por legitimidad moral, por tener la patente y por mayor número y determinación de sus militantes es la UPG. En consecuencia, el BNG lógica y justamente fue y será lo que considere la UPG. Llegan noticias de conflictos y diferencias dentro, hasta el punto que en el discurso del día 25 cupo una llamada a la unidad de la organización, pero no llegan noticias de alguna alternativa política diferente. Más que desear o esperar cambios políticos en el BNG, más que ocuparse de asuntos internos, cabe hacerlo de un cambio político profundo en la UPG antes de nada.

La UPG tiene mala imagen, en parte porque se la construyeron interesadamente y en parte por errores propios, cuando es un partido que merece respeto a quien conozca nuestra historia reciente y estima a quien sea de izquierdas y preocupado por Galicia. Con Franco y sin él la UPG defendió ferozmente a Galicia como supo. También ha demostrado una capacidad de supervivencia a prueba de todo, incluso de aceptar la realidad. El problema del nacionalismo gallego es la realidad, afronta la realidad como una lapa pero es capaz de convencer al grueso de la sociedad. En los años treinta el PG consiguió aglutinar al conjunto de las corrientes políticas en la lucha por el autogobierno, el Estatuto del 36 fue el fruto que no se pudo probar. Pero este BNG está imposibilitado para construir y liderar un consenso colectivo, es como si viviera una historia diferente y paralela a la que vivimos los demás: no comprendió que esta Constitución, con sus evidentes límites, era un campo posible para hacer política democrática; en su mayor parte no participó en la lucha por la autonomía e incluso combatió el estatuto; finalmente se encierra en situar como fuente de nuestros males..., a la Unión Europea. No cabe recordar aquí que la UE es el gran logro de un continente que de enfrentarse terriblemente en dos grandes guerras pasó a federarse pacíficamente con una constitución democrática, pero a quien razona que la UE es nuestro problema deberíamos pedirle que explique en qué otro lugar debería estar Galicia y qué beneficios le traería. Este nacionalismo transmite la impresión de que si hoy se inventase la luz eléctrica o el motor de explosión se opondría.

El galleguismo político está en un callejón sin salida histórico y cuando es así lo mejor es constatarlo, revisar los pasos dados y buscar un camino, y la única solución es aceptar que en ese divorcio es la sociedad quien tiene más razón que el BNG. Están convocadas las elecciones legislativas, estaría bien que el nacionalismo gallego ofreciese, además de la política defensiva, una propuesta clara y sin ambigüedades de país para aquí y para ahora. Para esta ciudadanía, no para otra imaginada.

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