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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La cruceta centroamericana

Junto con Oriente Próximo, esta es la región donde se evidencian de modo más violento los problemas mundiales. Pero en lugar de avanzar hacia la integración, sus países se enzarzan en conflictos patrioteros

Si dejamos a un lado el conflicto entre Israel y Palestina, Centroamérica es la región del mundo donde se da una mayor desproporción entre su número de habitantes y las consecuencias globales de los sucesos que en ella tienen lugar. Si además admitimos que el conflicto de Oriente Próximo tiene unas motivaciones muy específicas -históricas y religiosas-, la conclusión es que Centroamérica es el mayor epicentro geopolítico occidental, el Aleph donde histórica y actualmente se evidencian los grandes problemas mundiales, y donde estos adquieren una representación más dramática.

Antes de preguntarnos el porqué de dicha situación, conviene hacer algunas consideraciones históricas y acotar el territorio que engloba Centroamérica, que incluye a Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Si bien esta última república tiene un origen y un desarrollo peculiar, su historia reciente no deja de ser la que más ha influido en el resto de países de su región, y la pertinencia de su consideración como parte integrante de América Central es obligada pese al criterio de algunos historiadores y analistas.

Daniel Ortega impulsa a Nicaragua a un conflicto con Costa Rica por la soberanía de un río
El asesinato de Cabral se añade a la brutalidad que asola Guatemala y también El Salvador

Así, hablamos de una región de alrededor de 45 millones de habitantes, una cifra similar a la población española. Sin embargo, casi a diario las noticias provenientes de este subcontinente tienen espacio privilegiado en la prensa, noticieros, cancillerías y ministerios en detrimento de otros países mucho más poblados y con los que tenemos mayor intercambio comercial. Como botón de muestra, baste comparar las páginas dedicadas en la prensa al regreso a su país -de poco más de ocho millones de habitantes- del depuesto presidente de Honduras Manuel Zelaya con las que hablaban de la visita del presidente del Gobierno español a China, el país más poblado del mundo. No es casualidad que las embajadas de los países más ricos ante cualquiera de las naciones centroamericanas estén reservadas a importantes diplomáticos, y que sean prioridades en las agendas de los responsables gubernamentales de Exteriores, Comercio o Defensa. La mayoría de los acontecimientos mundiales tienen alguna consecuencia en Centroamérica, que a su vez afecta a los países occidentales.

Si bien hablamos de una región pequeña en extensión y número de habitantes, Centroamérica, como tal, y pese a algunos esfuerzos en defensa de la extinta República Federal de Centroamérica (que duró de 1824 a 1839 y a la que no pertenecieron ni Panamá ni Belice), no existe. Hablamos de una de las regiones con más disparidades entre sus integrantes, tanto en sus cifras macroeconómicas y niveles de desarrollo como en sus orientaciones políticas y económicas.

No es de extrañar que, dadas tales diferencias, los conflictos entre sus miembros estén a la orden del día. Actualmente Nicaragua y Costa Rica se disputan la soberanía de algunas zonas del río San Juan, que hace frontera entre ambos países, y al que la Asamblea Nacional nicaragüense acaba de rebautizar como "Río San Juan de Nicaragua". Esto ha irritado y provocado la protesta de su país vecino, y muchos lo han interpretado como una maniobra de distracción por parte del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien se postula para una reelección que la mayoría de expertos tildan de inconstitucional.

Panamá es un país con una balanza de pagos positiva, orientada a través del Canal y la mayor zona franca del mundo a los intercambios comerciales y a las actividades financieras derivadas de los mismos. Costa Rica, que sigue sin contar con un Ejército aunque sí con un importante cuerpo policial, es el país de la región que ha conseguido mayores cotas de bienestar y desarrollo, impulsado, paradójicamente, por su escaso interés geoestratégico durante el siglo XIX y principios del XX, lo que le permitió centrarse en la plantación y exportación de café. No tuvo esa suerte Nicaragua, país de tránsito durante la "fiebre del oro" iniciada en 1848, por el que pasaban aquellos aventureros de la Costa Este norteamericana que viajaban atraídos por el reclamo hacia California. Así, su economía se volcó en una industria subsidiaria de dicha ruta lacustre, y la hizo tan dependiente del Gobierno de Estados Unidos que este, blandiendo la doctrina Monroe de "América para los americanos", llegó a avalar la aventura del filibustero norteamericano William Walker, quien se autoproclamaría en 1856 presidente del país tras unas elecciones fraudulentas. Y dicha dependencia lastró al país una vez fue Panamá el lugar por donde los dos océanos se unieron.

Los países del norte de la región -Guatemala, El Salvador y Honduras- han sufrido también desventuras similares. Junto al resto de sus vecinos, fueron escenario privilegiado de los abusos de la United Fruit Company, que dada la connivencia con los actores políticos de su país de origen, bien puede afirmarse que ejercía como la bota de unos Estados Unidos que comenzaban a reclamar su espacio en el comercio internacional. Y estos países han conocido, también, conflictos internos y guerras entre ellos, desde la guerrilla revolucionaria Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en El Salvador, hasta la conocida como "guerra del fútbol" entre este país y Honduras. El norte enfrenta, sin embargo, el gran reto del combate del narcotráfico, que como avisaba el propio presidente de Guatemala, Álvaro Colom, está adueñándose de su país, y contra el que reclamaba alguna asociación militar regional parecida a la OTAN.

Es sabido que la ruta de la droga producida en los países sudamericanos tiene sus lugares de paso centroamericanos en Honduras y Guatemala, y que dicho comercio ilegal manifiesta sus efectos en todo el mundo. Es por eso que, más allá de la apelación urgente y alarmista del presidente guatemalteco, es indispensable que Centroamérica alumbre mecanismos de coordinación e integración no ya para aprovechar las sinergias y potencialidades de cada uno para conseguir un mayor desarrollo, sino para resistir el embate que provoca su situación geográfica, para cuya gestión sus miembros no están ni institucional ni económicamente preparados.

Y es que Centroamérica tiene su punto débil en su situación geográfica y estratégica: es la cruceta donde se encuentran dos grandes corrientes que no admiten enemigos mal preparados. De Este a Oeste, el comercio internacional se canaliza -legal e ilegalmente- a través del canal de Panamá, y de Sur a Norte el tráfico de personas y droga tiene en la región sus bases de apoyo más impunes, además de ser zona de paso entre Estados Unidos y algunos países sudamericanos con los que han firmado tratados de libre comercio. Toda vez que, acertadamente o no, Occidente tiene en la lucha contra las drogas uno de sus principales retos, Centroamérica es al fin y al cabo uno de los campos de batalla prioritarios.

En las últimas semanas todos los países, a excepción de la deshabitada y anglófila Belice, han sido noticia en la prensa internacional. Ha regresado a Honduras el derrocado Manuel Zelaya, lo que ha permitido la vuelta de su país a la OEA; en Guatemala los carteles de la droga del sur de México cometen matanzas en el país, cuyo presidente se muestra incapaz de controlar la situación; en ese mismo país, el trovador argentino Facundo Cabral ha sido acribillado hasta la muerte; Nicaragua y Costa Rica se enfrentan por la soberanía de un río que hace frontera entre ambos; El Salvador sigue enfrascado en una lucha sin visos de victoria contra una delincuencia desbocada, y en Panamá se debate la ampliación del Canal y la regulación de un sistema bancario y financiero que todos señalan como paraíso fiscal.

En los próximos meses habrá elecciones presidenciales en Nicaragua y Guatemala, y de momento el debate, lejos de girar en torno a ideas en pro de la unificación, ha tendido a resaltar las diferencias, a buscar un enemigo externo al que culpar de una gestión pobre. Y mientras tanto, la masa empobrecida observa entre resignada y cabreada una situación que, por desgracia, no le resulta desconocida. Caldo de cultivo de guerrillas y caudillos redentores.

Antonio García Maldonado es periodista y editor.

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