Camps y Rajoy juegan al póker
La semana pasada se jugó una larga partida de póker entre el PP valenciano y el PP nacional. Rajoy ganó, pero no tanto. Camps perdió, pero no del todo. En juego estaban los intereses electorales de Rajoy y la supervivencia política y penal de Camps. Desde que estalló el caso Gürtel, ya se habían jugado varias timbas, hasta la fecha con ventaja para Camps. Pero la decisión judicial de abrir juicio oral contra el entonces presidente del PP valenciano y de la Generalitat, forzó a Rajoy a aumentar el envite y el mismo viernes 15 de julio, en el que se conocía la resolución del juez Flors, se iniciaba una de esas interminables partidas entre amigos, pero a muerte, que hemos visto en tantas películas.
Los jugadores no duermen. La atmósfera es tensa. El ambiente está cargado por el humo del puro que uno de ellos fuma con tranquilidad y lanza provocadoramente a los ojos del otro. Apenas paran para tomar un bocado mientras, en las sombras, el resto de la pandilla reparte consejos, a veces sinceros, a veces envenenados. Las primeras manos están marcadas por los silencios, uno se reserva, el otro pasa. Hasta que desde Madrid, el del puro lanza una apuesta de las gordas: la posibilidad de que los imputados paguen y así no se celebre el juicio. Lo filtran a los periódicos, pero en Valencia no se lo creen. Entonces viene la jugada maestra: el del puro se saca de la manga los escritos de Víctor Campos y Rafael Betoret, aceptando la acusación y la condena, y los pone encima de la mesa. Mientras, asegura que tiene un tercero a punto, el de Ricardo Costa que irá a firmar cuando vaya Camps. El todavía presidente parece dispuesto a aceptar, aunque se debate en un mar de dudas. Sabe que perderá la honra, pero puede que mantenga el barco del partido y el de la Generalitat. Manda al juzgado el escrito de allanamiento firmado por el procurador y por su abogado, que le espera durante toda la interminable mañana del miércoles. Pero en medio de la enloquecida partida, tiene un momento de lucidez y se da cuenta de que, si acepta la condena, no solo perderá la honra sino también los barcos, que será cuestión de días que le obliguen a dimitir. Así que dimite, pero no reconoce el delito, dice salvar la honra y que se sacrifica por el partido.
El resultado no es del todo el que quería Rajoy, que preferiría que no se celebrara el juicio, aún a costa del suicidio político y civil de Camps. De esta forma, Camps no será un obstáculo para su llegada a la Moncloa, pero sí un estorbo porque previsiblemente habrá juicio y coincidirá con la campaña. Pero si Rajoy puede, en septiembre volverá a empujar a Camps y a Costa al precipicio del allanamiento, ofreciéndoles un buen colchón. Rajoy, que no da puntada sin hilo, cuando ahora por fin ha hablado del asunto, ha sido para decir que Camps tiene futuro en la vida pública y, tomen nota, "en la vida privada". De momento, el presente para Camps sigue siendo una pesadilla.
http://twitter.com/manuelperis
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