La culpa es del vecino
Lo de España en verano ya se sabe: el desierto del Sáhara. Se acaba la chicha cultural (si exceptuamos festivales y demás eventos playeros) y nos vemos invadidos por el hastío. En otros países aprovechan para ponerse serios con productos raros o simplemente inasequibles, aquí sacamos los tanques de la morralla por si queda algún ingenuo que chafar a base de televisión incomible y películas que por no tener no tienen ni títulos pronunciables. Cuando eso pasa, uno se acuerda de cosas como Rabitt Hole, Blue Valentine, Somewhere o Hunger. Sí, todas ellas películas, y sí, todas ellas estadounidenses (excepto Hunger, que es británica) porque da la casualidad -aunque no lo parezca- de que al otro lado del Atlántico aún quedan algunos chalados que saben contar historias que valgan la pena. Todas ellas, también, inéditas en nuestras pantallas para mayor gloria del pirateo (ya que por estar no están ni en DVD).
Cojamos Blue Valentine, por ejemplo, esperando que en el futuro algún kamikaze (porque eso es lo que hay que ser para estrenar películas como esta en las salas comerciales de nuestro país) se anime y nos la plante en las narices. Es una historia de desamor rozando la destrucción que podría ser el reverso tenebroso de 500 días juntos. Ryan Gosling (pedazo de actor) se enamora de Michelle Williams (pedazo de actriz) y después se dedican a despedazarse, eso sí poco a poquito. Aquí no hay banda sonora chula, ni frases lapidarias, ni desventuras con final feliz. Aquí lo que hay es eso tan jodido de la nada: de lo que queda cuando lo que queda es la espalda de un tipo marchándose para no volver. A los críticos americanos les chifló la propuesta y la película tuvo una más que decente trayectoria comercial en su país de origen. En España -y reclamo nuevamente el milagro- es probable que no llegue ni el cartel.
Nos es muy cómodo anclarnos en eso tan célebre de las descargas y demás, pero lo cierto es que cada vez somos más gandules y es difícil llevarnos al cine. Nos gusta presumir de lo cool que somos, pero lo de mojarnos la patita lo llevamos peor.
Lamentablemente el ejemplo de Blue Valentine no es el único y el de la mencionada Hunger es aún más sangrante: una película corajuda, esquiva y brutal sobre la huelga de hambre que acabó con un militante del IRA. Uno se hace mala sangre mirándola pero -eso sí- no puede dejar de mirarla. Se pasó en el Festival de San Sebastián, ¿y qué?
O Rabbit Hole, con Nicole Kidman demostrando que aún tiene mucho que decir en esto del cine. Se puede ver en muchos vuelos transatlánticos pero en nuestro país nos la podemos pintar al óleo. ¿Quién va a estrenar un filme sobre una madre obsesionada por la muerte de su hijo que no logra remontar el vuelo? Ya, a lo mejor no es el momento, ni para huelgas de hambre, ni para desamores, ni para perdidas irreparables. Es el momento de los pingüinos, los animales que hablan, el niño mago, los superhéroes de pega y la comedia vergonzante. Luego nos sentaremos a la mesa y nos quejaremos de lo mala que es la oferta en verano para luego no apostar por nada que no nos parezca razonable. Quién sabe, a lo mejor me falla la bola de cristal, pero me temo que esto solo puede ir a peor: suerte que siempre tenemos a quien echarle la culpa. En eso sí que no hay verano que valga: la mala hostia nunca coge vacaciones.
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