El trol

El paisaje más bonito que han visto mis asombrados ojos se encuentra en Noruega. Aunque la naturaleza pueda resultar indiferente a algunos espíritus prosaicos, es improbable que estos no sientan una conmoción especial observando desde un barco sus fiordos y acercándose a sus glaciares, lagos con agua de variados colores y que parece irreal, una geografía que te deja los sentidos flotando al recorrer en tren el valle de Flam, ciudades y pueblos cuidados con mimo y una arquitectura que transmite paz. Viendo solitarias casas de madera en medio de bosques, lugares que en invierno alcanzan temperaturas de 50 grados bajo cero, sientes que sería muy grato vivir en una de ellas, rodeado de infinitos libros, películas y música, viendo nevar y llover a través de las ventanas, dando un heroico paseo de vez en cuando vestido de esquimal.
Aseguran los datos que los cuatro millones de habitantes de esa nación viven muy bien, que su PIB es el más alto del mundo, que nunca pasa nada (malo) en ese país auténticamente civilizado. La única violencia pertenece a sus ancestros, a esos vikingos ataviados con casco de cuernos que amaban navegar por todos los mares aunque las leyendas aseguraran que había monstruos en los abismos del océano que devoraban a los intrusos. Al parecer, los vikingos también sentían debilidad por cortar cabezas con sus hachas. Y en el folclore noruego existen unos ogros medio humanos llamados troles. Pero tampoco hay constancia de que nadie los haya visto, aunque sirvan para amenazar a los niños traviesos con que estos les van a secuestrar.
En ese plácido país acaba de aparecer un trol de verdad. No secuestra niños. Los asesina. Fríamente, sin motivos personales, se ha cargado a 85 en una isla. Bueno, a lo mejor sí tenía razones, ya que esos adolescentes habían cometido el intolerable pecado de pertenecer a las juventudes socialistas. El matador es un ultraderechista que solo escucha la voz de Dios. Qué manía la de las putas religiones con exterminar infieles, en nombre de Dios, de Alá o de Yavé. Cuentan que el asesino estaba zumbado. Esa coartada es facilona. La carnicería que montó en Oslo y en la isla el monstruo estaba primorosamente diseñada. El cerebro del diablo siempre goza de buena salud.
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