_
_
_
_
Reportaje:Dinero & inversiones

Trazos muy rentables

¿A qué se deben los altos precios que se pagan por las obras de pintores españoles?

Miguel Ángel García Vega

En agosto de 1990, en su estudio-vivienda de Farrutx (Mallorca), Miquel Barceló terminó de pintar un cuadro por el que 20 años después un coleccionista privado europeo pagaría en la sala de subastas londinense de Christie's 4,42 millones euros, el valor más alto jamás alcanzado por un artista vivo español.

La millonaria tela, Faena de muleta (160 x 196 cm), pertenece a una serie de treinta óleos, tres papeles y seis litografías centrados en la tauromaquia que ese verano completó el artista mallorquín. Quien hubiera estado en su estudio aquellos días de canícula habría visto el lienzo reposando en el suelo de cemento y sobre él una herramienta, creada por Barceló, que hace girar la pintura amontonándola contra los bordes del cuadro. El propio artista lo explicaba así: "Me ponía en medio del cuadro, dando vueltas, que es el mismo gesto que torear. La arena llena de pisadas de la plaza se convierte en el espacio para pintar. El ruedo invade todo el espacio, porque el público estaría casi fuera del lienzo. La pintura desborda".

El dinero, que es conservador, se refugia en las figuras locales
A la calidad se unen la especulación y el bajo coleccionismo privado español

Pero si ese visitante aún se hubiera fijado más y contemplado el reverso del lienzo de los 4,4 millones de euros habría visto el esbozo de un albero y una plaza de toros así como las iniciales del artista, MB, rubricadas con unas astas a modo de divisa ganadera. Y el número que ocupa en la serie: "15". Sin embargo, detrás de la carpintería de la obra está su valoración económica. Los elevados precios de Barceló, como los de Antonio López o los de Tàpies, no deberían sorprendernos tanto, "pues siempre, desde sus primeras exposiciones, cuando no rondaban ni la treintena, han sido altísimos", afirma el coleccionista Marcos Martín Blanco, dueño de tres óleos de gran formato del artista mallorquín.

Tal vez sea así, pero hay que responder a algunas cuestiones. ¿Por qué alguien paga, días después, en Sotheby's 2,59 millones de euros por otra tauromaquia de Barceló titulada El muletero? ¿Por qué vale 1,9 millones de euros el óleo Madrid desde Torres Blancas, de López? ¿Por qué el cuadro más caro (Blanc amb signe vermellós) vendido de un maestro como Antoni Tàpies se fue a un millón de euros? ¿Por qué esas cantidades y no otras?

Y es que son precios muy altos, que a primera vista no parecen tener, por ahora, su contrapartida institucional o académica. "Hablamos, sobre todo con Barceló y López, de artistas cuya obra no forma parte de las colecciones de los grandes templos del arte contemporáneo mundial y que respaldarían estas cotizaciones. Ninguno, por ejemplo, está en el MOMA o la Tate. Algo que sí sucede con Tàpies", reflexiona un coleccionista que prefiere no ser citado.

Frente a esta lectura crítica del valor del currículo de un artista, Guillermo Solana, conservador jefe del Museo Thyssen, y comisario de la exposición que esta institución dedicada estos días a Antonio López, precisa "que quizá López no tiene una presencia internacional con relación a la importancia que posee en España, pero eso también le pasaba a Sorolla en su tiempo y su trabajo es incuestionable".

En su caso, la cotización de López se explica con el concepto que, Fernando Francés, director del CAC de Málaga, define como "artista local importante". "Antonio López tiene una pintura conservadora, con poca obra y alta valoración y el dinero español, que es, como todos, conservador, se refugia en estas figuras locales". En este sentido, es similar a un banco, es una cuestión de confianza. "Hablamos de uno de los mejores hiperrealistas del mundo. Y no es un artista sospechoso de tener una maquinaria de marketing detrás, como en el caso de Damien Hirst y muchos otros", dice el coleccionista Juan Bonet.

Además, se puede llegar al mismo sitio por distintos caminos. "Hay creadores, como Barceló, que tienen un trabajo muy demandado por las grandes colecciones privadas, aunque tenga menos soporte institucional, y esto construye el precio", dice María García Yelo, de Christie's.

Pero independientemente de la lectura que se haga de esta ausencia museística, lo cierto es que el fenómeno es real. "Antonio López, Miquel Barceló o Manolo Valdés, por ejemplo, no tienen una trayectoria en el mundo académico; en los manuales de la historia del arte", explica Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, quien aclara que es un juicio descriptivo, no valorativo.

La clave, para él, es que en el mercado actual mandan los coleccionistas, no los críticos. Así sucede desde finales de los años sesenta. Antes un crítico como Clemente Greenberg (impulsor de Jackson Pollock o Barnett Newman) construía la valoración económica de un artista, "ahora cualquier obra de arte contemporánea es más cara que una de un maestro antiguo. Bacon cuesta más que Brueghel", puntualiza Borja-Villel.

Otro pope del arte contemporáneo, Bartomeu Marí, responsable del Macba, comparte esa lectura. "Desde los años noventa las subastas se erigen en modelo de valor y los medios de comunicación recogen en sus noticias las cotizaciones que alcanzan las obras". Es un cambio de paradigma, al que se suma la llegada de grandes flujos de capitales procedentes de los nuevos coleccionistas rusos, asiáticos, latinoamericanos, turcos, polacos, árabes... España no está en la lista.

Y el axioma, por tanto, es claro: si los coleccionistas son quienes hacen el precio y hay muy pocos españoles, también serán escasos los artistas de nuestro país con elevada cotización. A lo que se suma "la autarquía intelectual de España", que denuncia Marí. No se traducen al español, por ejemplo, publicaciones o textos extranjeros que ayuden a entender el arte contemporáneo.

En este proceso de sustitución, la crítica también ha sido reemplazada por las galerías. Aunque solo las muy potentes tienen músculo para generar precios altos. Barceló trabaja con la suiza Bruno Bischofberger (quien representa a Wharhol); Antonio López y Manolo Valdés venden con la poderosa Malborough y Antoni Tàpies cede su obra a la parisiense Lelong y a la americana Pace Wildenstein. Aunque hay quien, como Soledad Lorenzo, galerista que representa a Tàpies, resta poder a este jugador del mercado. "Las galerías no ponemos los precios, es la sociedad quien lo hace al generar una mayor o menor demanda sobre el artista".

En este nuevo orden mundial, las subastas imponen su criterio y los creadores españoles con cotización global se ven reducidos a los integrantes de la vanguardia histórica (Picasso, Miró, Dalí), a los que se sumarían Manolo Millares, José Guerrero y Antonio Saura, mientras que en lo contemporáneo -además del fallecido Juan Muñoz- solo encuentran de manera continuada mercado Juan Uslé, Jaume Plensa, Manolo Valdés, Cristina Iglesias, Antoni Tàpies y, desde luego, Barceló.

Pero sería un error restar validez al trabajo de un artista porque tiene éxito en el mercado o porque no lo tiene. Rosa Martínez, comisaria independiente, traza con precisión esta frontera. "Los precios del arte son el resultado de un cóctel en el que se combinan cuatro elementos: la calidad de la obra, la significación del artista, el deseo del coleccionista y la voluntad de especulación. Las proporciones pueden ser diferentes, pero sin calidad y sin significación no suele haber deseo ni especulación". Al fin y al cabo, "el mercado está dispuesto a pagar precios muy elevados solo por las obras maestras", concluye Alexandra Schader, de Sotheby's.

Un mercado pequeño

En términos económicos, el arte contemporáneo en España tiene el valor del peso de la paja. Únicamente representa el 1% del mercado mundial de arte y como explica la comisaria independiente Rosa Martínez -citando el libro El sistema del arte en España, coordinado por el catedrático Juan Antonio Ramírez-, a principios del año 2009 había 450 galerías de arte, pero solo un tercio eran sostenibles. Desde entonces, la crisis es más que probable que se haya llevado por delante un buen número de ellas. En total, se estima (no hay datos oficiales) que esas galerías mueven unos 50 millones de euros, mientras que, por comparar, la facturación de la industria de la pornografía quintuplica esa cifra. Y para quien busque más comparaciones debe saber que el coste de 12 kilómetros de autopista es el mismo que la cantidad más alta pagada nunca por un van gogh. En el arte, el marco en el que suceden las cosas también es muy importante.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_