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Crítica:JAZZ | Return to Forever
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un gozoso anacronismo

La megafonía de Puerta del Ángel anuncia que están prohibidas fotografías y grabaciones, pero lo primero que hace Chick Corea en cuanto pisa el escenario es desenfundar el móvil e inmortalizar a los espectadores. Será autocomplacencia o ansias por nutrir de contenidos a las redes sociales, pero también se agradece que un hombre con casi medio siglo de música a sus espaldas mantenga la curiosidad por lo que le acontece a diario y la intención, al menos nominal, de convertir cada noche en algo más que un eslabón en su extensa cadena de bolos veraniegos.

Corea defiende estos días la cuarta reencarnación de Return to Forever, la marca señera en su historial y acaso la formación más exitosa que conoció el jazz durante la década de los setenta. Jazz o como quiera que le llamemos a este invento fronterizo: demasiado progresivo para la ortodoxia jazzística y una endiablada locura amalgamada para los oídos rockeros.

Chick Corea defiende estos días la cuarta reencarnación de su marca señera

En su condición de banda heterodoxa y extrema, RTF siempre suscitó tantas fidelidades como animadversiones. La perspectiva nos permite considerarlos hoy como un gozoso anacronismo. Partieron de los hallazgos de Miles Davis en Bitches brew, cierto, pero a veces se quedan a poca distancia de Close to the edge, aquel mágico delirio grandilocuente de Yes. Nada que ver con lo que se estila en 2011. "Queda claro que no somos una boy band", ironizó anoche el batería, Lenny White.

Los 1.500 espectadores que aceptaron el reto de Return to Forever IV se encontraron con algunos elementos ineludibles en la sintaxis de la banda: los teclados vintage de Corea, el pulso implacable de White o ese bajo que el gigante Stanley Clarke no pulsa, sino percute como si manejara una piqueta. Pero la cita en absoluto se limitó al mero ejercicio de la nostalgia. La incorporación del veterano violinista Jean Luc Ponty ha inyectado un espíritu todavía más mestizo al quinteto, especialmente ilusionante en el caso de una de las composiciones del parisiense, Renaissance. Ponty dicta en ella una soberana lección magistral sobre el manejo de los patrones rítmicos, mientras Clarke maneja el duro mástil del contrabajo con la ligereza de un mandolinista. No era solo virtuosismo; ahí había también sus buenas gotas de magia.

Los redivivos chicos de Corea encontraron tiempo para repasar los momentos que los hicieron grandes cuando nosotros éramos chicos: el 'obstinato' rítmico de The shadow of Lo, el embrujo ambiental de The romantic warrior, la canónica Spain. Ahí estaban los cambios de ritmo, los compases quebrados, las melodías hinchadas de notas, los encarnizados duelos de improvisaciones. Todo. Y la certeza de que toda esta osadía jazzística de los setenta fue mucho más provechosa que toda aquella blandenguería complaciente que llegaría justo después.

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