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El fin de semana 'indignado'

Todos los caminos llevan a Sol

Pueblos y barrios de Madrid reciben a los centenares de caminantes de las marchas del 15-M que hoy confluirán en el kilómetro cero

Existe un pueblo de España, uno que se sepa, que no sabía hasta hace unos días ni qué era el 15-M ni quiénes eran los indignados. Hasta que llegó gente caminando, decían que desde Valencia, y se sentaron en la plaza del ayuntamiento para hablar y agitar las manos. Los vecinos del pueblo, que al principio los miraban raro, se sentaron con ellos. Les dieron de comer, les ofrecieron un lugar donde dormir y les despidieron. Esa gente se fue caminando a otro pueblo, y luego a otro y así hasta 30. Salieron de Valencia el 20 de junio y ayer entraron en Madrid por Vallecas. Hoy llegarán a Sol, el lugar que vio nacer a los indignados.

El kilómetro cero los recibirá esta noche a las nueve y volverán a sentarse en la plaza. Las más de 500 personas que desde hace un mes vienen a pie desde todos los puntos de España compartirán anécdotas y experiencias de las siete rutas que han cruzado la península. Si le pasan un micrófono a Carles Junior seguramente dirá que, aunque tiene 10 años, ya sabe cómo quiere vivir el resto de su vida: "Caminando de pueblo en pueblo". Igual que lleva haciendo desde el 22 de junio. Gracias a su calendario de vacaciones, que fija que la primera parte del verano le toca estar con su padre, Carles ha vivido la mayor aventura de su vida. Su padre, Carles Nicolau, está "muy indignado", tanto que se sumó a la marcha con niño y todo.Porque no hay edad ni condición. La ruta Este entró ayer en Vallecas a mediodía con 130 personas, y eso que de Valencia habían salido solo 14. El resto se fue sumando a su paso por los pueblos. Una lluvia de serpentinas recibió a jóvenes, estudiantes, parados, trabajadores, mayores y niños que se habían levantado a las siete de la mañana en Getafe, pero que llegaron a Madrid haciendo mucho ruido: "¡Vallecas, despierta, la marcha está en tu puerta!".

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En el medio del grupo iba Salvador Piquer, de 67 años. Con su camiseta naranja y su toalla morada al cuello para secarse el sudor. El mismo vestuario con el que se despidió de Valencia el día 20 y que ha lavado cada noche en cada pueblo. Ayer la mayoría de su "familia", como se llaman ya entre ellos los compañeros de ruta, se vistió como él. Un homenaje. Piquer dice que camina para "recuperar la dignidad y para que los jóvenes se den cuenta de que todo hay que conquistarlo, porque nadie regala nada".

Los vecinos les han preparado una agenda muy completa. Y por supuesto, la comida que no falte. Sardinillas, atún, gazpacho, arroz y kilos de fruta. Cuentan los indignados, engullendo a dos carrillos, que en más de una ocasión tuvieron que pedir que no les trajeran más porque era imposible transportar tantos víveres. En el parque de Villa de Vallecas enseguida se monta un campamento. Hay cuatro masajistas con camillas para reconfortar a los caminantes, palanganas de agua con sal y podólogos para tratar los pies cansados.

En un rato de descanso, algunos se tiran en la hierba a echar una siesta, pero en los corrillos nunca acaba el debate y se habla del Movimiento. Les cuesta ponerse de acuerdo en un solo lema para la manifestación de mañana. Dicen que no hay tela para escribir tantas cosas que quieren cambiar. Todos esperan que sea un día histórico y que la manifestación, convocada para las seis y media del domingo desde Atocha hasta Sol, sea multitudinaria. Además de los indignados que han venido a pie, decenas de autobuses saldrán desde unas 30 localidades. "De mi pueblo vienen dos y dicen que de Barcelona salen 30", dice uno. "Si es así, reventamos Madrid", avisan.

Idéntico destino tienen los indignados de la ruta Nororiental, acogidos ayer en Torrejón de Ardoz. Aldo Ventura está agotado. La piel, quemada por el sol; los pies, fatigados. Pero se mantiene en pie. Sabe que falta poco para llegar a la Puerta del Sol. "El esfuerzo ha merecido la pena". Este estudiante de Arquitectura de 25 años llegó ayer, junto con el resto de indignados de la ruta Nororiental. Dejaban atrás 620 kilómetros recorridos a pie desde que el pasado 23 de junio salieran de Barcelona, con el objetivo de conocer a fondo los problemas del mundo rural y entablar un diálogo con sus habitantes. Alrededor de 140 personas se encontraron ayer por la tarde en el recinto ferial de la localidad: indignados procedentes de Zaragoza, del corredor del Henares y aquellos que hicieron la ruta desde la capital condal, pero en bicicleta (bicindignados, se hacen llamar).

La marcha de Barcelona contó desde el principio con unos 80 caminantes. El orden del día siempre era el mismo. Levantarse a las 5.30 de la madrugada. Una hora después, a caminar. Cada tres, descanso. A las cuatro de la tarde, asamblea interna con el grupo de caminantes, y a las ocho, la asamblea del pueblo, donde todos los paisanos estaban invitados al "diálogo y la reflexión". La ruta Nororiental ha parado en 29 municipios de Cataluña, Aragón y Madrid.

Sus compañeros del corredor del Henares les estaban esperando con los brazos abiertos y el chiringuito montado. Los toldos bien colocados, los estantes de una destartalada cocina repletos de botellas de agua, cartones de zumo y sandías donadas por los vecinos. La enfermería, con el botiquín preparado. Lorena Bedmar, una psicóloga de 24 años, tiene los pies hechos polvo. Aguanta el dolor mientras le aplican Betadine. No importa: a cambio ha conseguido, dice, "una familia, gran familia".

En la ruta Este la tarde avanza al ritmo de la apretada agenda de actividades. Les espera Puente de Vallecas. Enfilan la avenida de la Albufera custodiados por la policía y en medio de una batalla naval, con barco y todo, que llena las calles de agua. Merce, vecina de Valdecarros, pero "vallecana de siempre", abre un paraguas. Sobre su pecho, dormida, Ankara también hace el camino. Tiene un mes y 21 días. Dice Merce que la niña ya nació indignada porque su madre está en el paro.

Ankara, dormida, Piquer, con su camiseta naranja, y Carles Junior, tripulando el barco pirata hecho con carros de la compra, entran en la plaza Roja -como se la conoce popularmente, aunque su nombre oficial es plaza de la Constitución-. Los recibe el campamento, los masajistas y la cena, porque por comida que no falte. Bienvenida en forma de abrazos y una marea de pancartas llenas de lemas: "Porque lo queremos todo". Una de las telas ondea para ellos sobre la zona de acampada donde pasarán la última noche antes de volver a Sol: "Gracias por prestarnos vuestros pies".

Un grupo de indignados descansa en la Plaza de la Constitución, en Vallecas.
Un grupo de indignados descansa en la Plaza de la Constitución, en Vallecas.LUIS SEVILLANO

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