La virtud de encajar sopapos
Hoy es jueves. Una de mis amigas más queridas tendrá hoy una entrevista de trabajo, de esas de recta final donde ya no marean más la perdiz: o sí o no. La cosa es que lleva mucho tiempo sin trabajar, mucho. No importa que sea lista, testaruda, disciplinada, resuelta o sobradamente preparada: no consigue dar con la tecla del empleo. Lo que importa (y que no cambia) son sus ganas de agarrar al mundo por la solapa. Ha vivido con el cinturón apretado y a empujones durante mucho tiempo y sin embargo sigue siendo la misma tipa de siempre, de esas que se levanta dispuesta a dar un corte de mangas día sí, día también, a poco que la provoques. Muchas veces hasta sonríe, la muy insolente. Y puedo afirmar que si hoy no le dan el trabajo, pasado mañana volverá a ser la misma boxeadora (sin guantes y con un inmenso ring que cubrir) que era ayer. Ella es el rostro humano (seguro que todos tenemos alguno en la cabeza) que anteponemos al atroz reduccionismo de las cifras macroeconómicas: esas que nos arrojan a la jeta como diciendo, "si esto le pasa a todo el mundo", en una especie de versión financiera e hiperrealista del célebre "mal de muchos, consuelo de tontos". Ella forma parte -también- de ese porcentaje, en franca disminución, de personas que consideran que la vida es justamente el combate, que vale la pena darse de sopapos aunque la única recompensa por partirte la cara sea poder volver a casa para empezar de nuevo el día siguiente.
Me acuerdo de ella al ver Lights Out, una serie que en España no veremos hasta 2012 (en Fox, a través de Digital +) y que en Estados Unidos emite el canal F/X. Su protagonista es alguien llamado Patrick Leary (el descomunal Holt McCallany), un púgil retirado que por culpa de la asfixiante situación económica que amenaza con llevárselo por delante decide volver a fajarse en los cuadriláteros... y a aceptar, porque debe, cualquier clase de trabajo que le ofrezcan -limpio o sucio- hasta que eso suceda.
Lights Out explora los abismos del "lo que sea" donde nos arrastra una situación que se ha convertido en anémica. Naturalmente, muchos analistas al otro lado del Atlántico han visto en la serie un turbio retrato de las alcantarillas de la sociedad del país, de su economía, de la agonía del paro. Han hablado de América como si fuera un boxeador ajado sometido a la tunda de un contrincante abstracto (o con mil nombres distintos).
La verdad es que no hacía falta ponerse tan metafórico: la historia de Leary es simplemente la de un superviviente nato, la de alguien que lo da todo por su mujer, su padre, sus hijos y su casa. Pero sí, es verdad, el tipo tiene cara de espejo y a poco que las hayas pasado canutas no te cuesta nada verte en su rostro, el de alguien que no sabe cuántos asaltos quedan para que acabe la lluvia de tortas. Algo parecido nos sucede por estos andurriales: nadie tiene ni idea de cuándo amainarán los guantazos. De hecho, lo único que nos queda es esperar a que arrojen la maldita toalla. ¿Es mucho pedir? Probablemente, sí.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.