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Necrológica:'IN MEMORIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Alfonso Bauer Paiz, ética y política

A su muerte, el pasado día 10, Alfonso Bauer Paiz era el vivo ejemplo de que ética y política son recíprocas. Hijo de salvadoreño y guatemalteca, nació en un siglo fijado por la fascinación revolucionaria. Forjó su carácter en la atmósfera opresiva de la dictadura de Jorge Ubico, que gobernó Guatemala entre 1931 y 1944.

Con solo 26 años, abogado para entonces, ocupó un lugar en la historia. Durante el decenio democrático de los años 1944-1954 que representaron Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, sirvió, entre otros cargos, como subjefe del Departamento de Fomento Cooperativo, ministro de Economía y Trabajo, gerente del Departamento de Fincas Nacionales y presidente del Banco Nacional Agrario. Estas responsabilidades patentizan el papel que desempeñó en la Revolución, cuyo intento de civilizar el régimen de propiedad privada fue saboteado con una operación de la CIA.

Fue un político clave en la etapa revolucionaria de Guatemala

El experimento acabó mal. Tanto, que es la herida abierta, la perpetua explicación de por qué Guatemala sigue siendo un país premoderno y zafio. Bauer Paiz recaló en México. De aquel destierro sacó en limpio que el derecho agrario y laboral eran claves para la transformación del país, y que mientras a Washington le incumbieran las decisiones soberanas, siempre habría motivos para el subdesarrollo y la tutela política. Así lo desgranó en su formidable Cómo opera el capital yanqui en Centroamérica: el caso de Guatemala.

Después de ser blanco de atentados cobardes, se exilió en Cuba y Nicaragua. En Chile había sido testigo del caos romántico encarnado por Salvador Allende. Colaboró sin reclamar honores ni privilegios. Por el contrario, vivió al día y con lo puesto, obligando a su familia al ascetismo. Delante de los lodazales que simbolizan la utopía de Fidel Castro y de Daniel Ortega, podríamos cuestionar si valió la pena. En lo que respecta a Bauer Paiz, aunque sea imposible venerar su dogmatismo, nadie puede señalarlo con el dedo: en los excesos y desengaños de su tiempo fue incorruptible, valiente y digno.

Don Poncho, como le llamaban cariñosamente, nunca sacó provecho de su leyenda revolucionaria. Si no trabajó hasta el final de sus días, fue porque hace seis meses la Universidad de San Carlos de Guatemala canceló su contrato como investigador en la Facultad de Ciencias Económicas. El alma mater, por la que arriesgó el cuello y a la que tanto honró, ni siquiera quiso asignarle una pensión. Pero el viejo socialista siguió nadando entre tiburones hasta que el pasado abril una neumonía lo puso en un destartalado sanatorio del Seguro Social. Sin duda su última coherencia política: el 10 de junio murió de un infarto en uno de los hospitales para trabajadores fundados por la Revolución de 1944.

Nunca entendí la razón de hacerse elegir como diputado, anciano ya, en una época oprobiosa (el presidente del Congreso de la República era el general Efraín Ríos Montt). Más si los partidos pugnaban, sin remilgos ideológicos, por repartirse las sobras del poder. Al final, esta fue la causa de su amarga ruptura con la izquierda.

Con la muerte de Alfonso Bauer Paiz se apaga una visión de la política que exige, ante todo, levantar la cara y mirar a los ojos. Que se marchara sin dejar una estatua a merced de las palomas dice bastante de él, y bastante más de Guatemala.

Alexánder Sequén-Mónchez es profesor y periodista guatemalteco.

Alfonso Bauer Paiz.
Alfonso Bauer Paiz.EFE

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