La culturización de Sarkozy
El presidente francés cambia las series de televisión por Bresson y Hitchcock
Nicolas Sarkozy llegó a la presidencia francesa en 2007 con un aura de hiperactivo, dispuesto a sacudir a una Francia dormida y alérgica a la reforma. Se presentaba sobre todo como la encarnación de la ruptura, incluida una clase política demasiado elitista y desconectada de su pueblo. Asumía sin complejos su afición por la cultura popular y televisiva y relataba sin sonrojarse el sopor provocado por su última visita al teatro de la Comédie Française. Mucho parecen haber cambiado las cosas. Ahora resulta que se divierte citando a Proust o a Maupassant en las cenas que organiza cada mes en el Elíseo. La responsable de esta metamorfosis no sería otra que la primera dama, la exmodelo y cantante -con mucho pedigrí- Carla Bruni.
Para demostrar el cambio, el diario Libération revelaba ayer en un artículo dos encuentros del presidente con representantes del mundo de la cultura, separados en el tiempo por varios años. El primero se remonta a un almuerzo organizado por el mandatario después de ser nombrado presidente. "Solo le interesaban las películas de acción, y si era posible, estadounidenses. Su referencia era Salvar al soldado Ryan, de Spielberg", recuerda con cierto desdén el periodista y escritor Jerôme Garcin. "Lo reivindicaba, no tenía ningún sentimiento de culpabilidad al respecto", añade.
Hace apenas un mes, el 16 de junio, Sarkozy recibía a un puñado de actores, incluido Denis Podalydès, el intérprete que hace de él en La Conquête, un filme sobre su llegada al Elíseo. Durante dos horas de charla "distendida", según un participante, el presidente compartió su entusiasmo por el cineasta danés Carl Theodor Dreyer -un habitual entre sus referentes-, el francés Robert Bresson y sus últimas lecturas de clásicos como Flaubert, Balzac y Maupassant. "He descubierto a un hombre cortés, elegante, curioso y deseoso de intercambiar sobre gustos culturales", indica al diario el actor Michel Vuillermoz, que participó en este encuentro.
"Si he entendido bien los gustos culturales de Nicolas Sarkozy, creo que Carla Bruni le ha hecho mucho bien", recalcaba hace un año el presidente de la región parisiense, Jean-Paul Huchon, entonces muy severo con el mandatario, al que definía como vulgar e inculto. En efecto, según el entorno de la pareja, es Bruni -descendiente de una familia aristocrática italiana, con la que contrajo matrimonio en febrero de 2008- quien le habría abierto el apetito por los clásicos. "Seguro que Carla le empujó en un primer momento. Luego le ha retirado las pequeñas ruedas de la bicicleta y ahora creo que Sarkozy disfruta de verdad pedaleando solo", dice el escritor y cineasta Yann Moix.
Como con todo lo que hace Sarkozy, hay quienes ven en este cambio una maniobra electoral, destinada a ganarse la simpatía del mundillo cultural, habitualmente poco entusiasta con el presidente. Y, como acostumbra a hacer, su inmersión en los clásicos la estaría haciendo de forma compulsiva, con sesiones monotemáticas de hasta 15 películas seguidas de Hitchcock. Igual habría hecho con Rossellini o Lubitsch.
El mandatario, cuya gramática ha sido terreno abonado para los humoristas, ya sorprendió a propios y a extraños al utilizar el muy inhabitual imperfecto del subjuntivo durante una entrevista televisiva hace unos meses. Ahora parece empeñado en demostrar que, pese a no haber pasado por la prestigiosa Escuela Nacional de Administración -como la gran mayoría de la élite francesa- y a ser un gran aficionado declarado de las series, no es el presidente inculto que tanto se ha retratado. "No le voy a pedir que vote a la derecha o que piense como yo", le habría dicho a un director de teatro tras uno de sus habituales almuerzos. "Solo espero que recuerde de este almuerzo que no soy la caricatura que hacen de mí".
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