_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Difícil

David Trueba

Existe una división sutil entre países que conmemoran sus victorias y esos otros que eligen como fiestas nacionales sus derrotas. Cada aniversario del comienzo de la Guerra Civil española, y ayer cumplimos 75 años, deja siempre un poso de amargura. Para muchos, este país es incorregible y nunca será capaz de enderezar el discurso sobre sí mismo. El optimismo, considerado en estos tiempos una patología, no ayuda.

Frente a sucesos grotescos como el diccionario de la Academia de Historia y su versión del franquismo, los seriales de nuevo cuño en televisiones afectas y tanta tinta más empeñada en vencer que en convencer, dan ganas de abandonar. Sobre todo si uno ha convivido durante su infancia con gente que vivió la guerra en carne propia, que perdió lo que más quería, incluidos sus mejores años, y que sin embargo jamás arrastró a los cercanos por el camino del rencor o la venganza. Daría la impresión de que hemos avanzado hacia atrás, pero quizá el mero hecho de que la disputa continúe sea un paso adelante. No solo las fosas ocultas de víctimas necesitan localizarse y abrirse, también seguramente nuestro escamoteo del asunto necesitaba aire, no como aquellos profesores de la infancia que cuando se acercaban a las páginas de la guerra celebraban que llegara junio con las vacaciones escolares.

La peripecia de un país no es un plato de gusto, pero hay que comerlo. En pleno 18-J atrapé una entrega de Informe Robinson, programa que nunca decepciona, sobre el medallista paralímpico Chano Rodríguez. Conocía su trayectoria desde que el periodista Tomás Alonso le dedicó un documental. Nadie ha ganado más medallas que él y a sus 54 años sigue entrenando para superarse en la cita de Londres, convertido en ejemplo de superación y esfuerzo.

El hecho de que su minusvalía se deba a una larguísima huelga de hambre cuando era preso del Grapo condenado por asesinato convoca en su biografía una enorme carga de simbolismo y contradicciones. Es más fácil la lírica que la razón y juzgar que entender, pero si es difícil atrapar el rastro de un ser humano como si fuera una mariposa en la colección de un lepidopterólogo, aún más lo ha de ser el rastro de todo un país para compartir y legar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_