El colorido de un mercado de siempre
Entre dos iglesias enfrentadas, la de Santo Tomás y la de El Calvario, construidas sobre antiguos templos mayas, la bulla del mercado de Chichicastenango (Guatemala) estalla cada jueves y domingo en un desaforado cromatismo de hortalizas, flores, hierbas medicinales, utensilios, cerámicas, máscaras y huipiles. En el lugar donde se encontró el Popol Vuh (libro religioso de la comunión maya) la gente quiché se congrega para la mundana y necesaria tarea de tocar, comparar, regatear y finalmente comprar.
Nada de envoltorios, aquí se respira la cercanía con la cosecha recién recogida. En la escalinata de Santo Tomás, los chamanes siguen quemando resina de copal para los antiguos dioses; el interior está reservado al rito católico, aunque el suelo aparece cubierto de velas y flores. Situada a más de 2.000 metros y cercada de montañas, Chichicastenango está a 156 kilómetros de la capital del país, unas dos horas por carretera, aunque el trayecto se puede complicar en la temporada de lluvias.
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