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Columna
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Políticos, tópicos y pilotos

Si no fuera porque sus bromas no tienen ninguna gracia, te morirías de risa con ellos. Ahí los tienen, a la deriva en un mar de negros números rojos; parados en la línea de sombra, como la llamó Joseph Conrad, y sin ser capaces ni de avanzar ni de retroceder porque cuando llegaron las tormentas no se les ocurrió otra cosa que tirar a los remeros por la borda para calmar el hambre de los tiburones; y a pesar de todo aún con la bandera en la mano, asustados pero felices porque son capaces de soportar a todos los fantasmas que haga falta con tal de seguir en el castillo y, por supuesto, preparados para sonreírle de nuevo a la cámara mientras nos vuelven a prometer el mismo futuro con las mismas palabras de la última vez. ¿Se han fijado en que dentro de la palabra "político" está escondida la palabra "tópico"? Por algo será: las coincidencias no se producen por casualidad.

¿Se han fijado en que dentro de la palabra "político" está escondida la palabra "tópico"?

Muy graciosos serían, si no fuesen tan cínicos, por ejemplo, los discursos de los responsables de Tráfico y del Ministerio de Interior que para celebrar el primer aniversario de la nueva Ley de Seguridad Vial repiten estos días que las "grandes iniciativas" que han tomado -entre otras la de bajar la velocidad en las autopistas y volverla a subir al ver que lo que descendían eran las multas, y ni más ni menos que un 60%-, "solo buscan reducir la siniestralidad y nada tienen que ver con un afán recaudatorio". Uno no termina de entender que no sean de color verde, con lo que se parecen a aquellos marcianos de una película de Tim Burton que mientras aniquilaban a los humanos con sus metralletas extraterrestres les gritaban: "¡No corráis, somos vuestros amigos!". Aunque, sin duda, es ese desvelo que sienten por nuestra seguridad lo que hace que las multas que ponen sean desmesuradas; que los recargos salvajes del 20% conviertan en un gran negocio que las cartas no lleguen a tiempo a sus destinatarios o que sea la Agencia Tributaria la que se encargue de cobrarlas y de perseguir y, si hace falta, embargar a los infractores, lo cual suena a irregular por todos lados. ¿Qué demonios tiene que ver Hacienda con saltarse un semáforo? La cosa se explica sola: las multas son un impuesto paralelo, y lo son hasta tal punto de que el dinero que sale de ahí forma parte de los presupuestos de los Ayuntamientos: el de Madrid, sin ir más lejos, tiene previsto ganar 220 millones de euros, por ese concepto, en el año 2011. Y no hay más que oír a los propios policías, que han denunciado el modo en que se premia a los agentes que ponen más sanciones y se castiga a los otros mandándolos a los peores destinos, para darnos cuenta de que cumplirán euro a euro ese objetivo. Eso sí, siempre por nuestro bien, porque sus portavoces juran sobre siete biblias que los parquímetros y los radares no son un atajo a la caja fuerte, sino que existen "para regular el tráfico y por razones medioambientales". Claro, y el fin de la bomba atómica fue darle trabajo a los albañiles de Hiroshima.

Es verdad que dentro de la palabra "político" también está la palabra "piloto", pero eso, como bien dice nuestro amigo Juan Urbano, sí que es un simple error del azar: el coche está a su nombre, pero no lo conducen ellos. ¿O es que quieren que hablemos de la crisis, la banca y los mercados?

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