Vacaciones
Ponerle loción antiparasitaria al gato. Matricular a mi hija pequeña en el instituto. Pagar los recibos por adelantado. Hacer copias de seguridad de la novela que tengo a medias y meter un pen-drive en la cremallera del bolso, para seguir escribiendo. Seleccionar solo la ropa que voy a ponerme, los zapatos que voy a usar, los libros que de verdad me apetece leer. Conjurarme conmigo misma para no salir después de las ocho de la mañana. Llenar el depósito a tiempo. Parar en Monesterio para comprar jamón. Estar pendiente de la placa verde que señala la frontera de la provincia de Cádiz, para iniciar la cuenta atrás que culminará en una ovación de aplausos de todos los pasajeros, incluido el conductor.
Me voy de vacaciones. No me llevo a Rubalcaba ni a Rajoy, ni sus plazos ni sus prisas. No me llevo a las malditas agencias de calificación ni a la deuda portuguesa, ni la tragedia griega ni el drama irlandés. Me llevo, eso sí, el mal sabor de boca de los 11 meses que han pasado desde el último verano, todos esos lunes en los que apenas he podido comentar alguna noticia regular, buena, casi ninguna. Estoy agotada, exhausta de malas noticias, y sin embargo, dispuesta a volver a la brecha. En septiembre, seguramente, todo seguirá igual, porque en el bucle político y económico que nos ha engullido, la actualidad desmiente cada día su propio nombre. Pero en septiembre, tal vez, todo será distinto, porque los ciudadanos que se han atrevido a decir que no, para asistir asombrados al prodigio de las miles de voces que se han unido a la suya, saben ya de lo que son capaces.
Ojalá sobrevivan al mes de agosto. Ojalá encuentren una fórmula para canalizar la formidable energía que representan, una manera de convertir los noes de hoy en los síes de mañana. Con esa esperanza me despido de ustedes. Disfruten de la luz de este verano.
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