_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La vida es siesta

Hay muchas formas de organizarse las vacaciones. Pero conozco a un tipo de mediana edad y buena posición que se pasa quince días sin salir de su casa del Retiro madrileño. Dice que está cansado de casi todo y se ha convertido en un estoico hasta sus últimas consecuencias. Ejerce el celibato y solamente entra en su casa diariamente una sirvienta cuyos quehaceres se limitan a llevarle la prensa, prepararle el desayuno, la comida y la cena, hacerle la cama tres veces al día y planchar sus pijamas.

Se levanta a las diez, desayuna chocolate con ensaimadas, una copita de orujo blanco y hojea los periódicos por encima. A continuación le entra la depresión y se mete de nuevo en la cama para olvidar lo que ha leído y espantar la tristeza. A eso se le llama la siesta del carnero, también conocida en algunas regiones como siesta del canónigo. Hacia las dos vuelve a la vida, que consiste en endilgarse un vermú con aceitunas antes de que la chica la sirva una abundante comida con vino de Rioja. Después saborea unos sorbitos de Oporto y un copazo de coñac francés, mientras ve con bostezos el telediario. De nuevo le acosa la melancolía y se mete al catre para disfrutar durante tres o cuatro horas de la tradicional siesta y olvidarse de todo.

Se levanta absolutamente amodorrado. Da un paseito por su terraza en pijama. Bebe un chupito de whisky. Cena pescado y fruta, bosteza de nuevo y aguanta impasible el telediario. Inmediatamente le vuelve la depresión, se cambia de pijama y se acuesta de nuevo hacia las diez de la noche. Al día siguiente, el mismo rito. La asistenta, preocupada, le susurra humildemente: "Se va a morir usted". Él contesta con bondadoso desdén: "Señora, yo ya estoy muerto hace tiempo".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_