_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los gallegos y otras tribus

Vistos desde donde yo los veo desde el día siguiente en que unos cuantos policías me fueron a buscar a casa y mi padre los convenció de que estaba en Buenos Aires (tardaría aún muchos años en ir a Buenos Aires y a otros lugares de La Argentina), vistos desde Madrid, por tanto, el lugar al que me fui al día siguiente de tan amable visita, vistos así, los gallegos siempre han sido gente relativamente rara y proveedora de mariscos, pescados y carnes de primera magnitud al resto del estado y, por tanto, a su capital, que es mi tierra de trabajo desde el día siguiente de la visita.

Los gallegos eran gentes muy indefinibles que no eran tan hispanos en sus costumbres como los vascos (siempre muy cotizados en Madrid, contra lo que hoy pudiera creerse) ni tan centrífugos como los catalanes, pero que no dejaban de ser muy suyos pese a pertenecer a la misma tribu del entonces invicto caudillo y hoy dictador, incluso para los que de él proceden por línea directa.

Galicia debe establecer algún criterio diferencial con toda forma de barbarie política

Di Stéfano deseaba jugar en A Coruña para comerse toda la ternera gallega disponible (así lo dijo más o menos) y Galicia permanecía como uno de los territorios más atrasados del estado español, que era un reino sin rey como hoy hay, en territorio Fabra un aeropuerto sin aviones o, también he leído en alguna parte, una biblioteca sin libros.

En el duro tránsito en el que los vascos iban a dejar de ser tratados como genuinos representantes futbolísticos de la furia española para ser sencillamente ninguneados (en el mejor de los casos) o apagado el televisor en el que se hablaba de ellos, como ocurría en el restaurante en el que coincidíamos a comer unos cuantos gallegos, conocido como Pardegüevos, por el nombre (tal cual) de uno de sus platos más sofisticados, en ese tránsito de costumbres, digo, los gallegos dejaron de ser proveedores de comida, paisanos del exinvicto o del mismo Amancio, para ser unos sujetos que, como los catalanes y los vascos, hablaban una lengua extraña y comenzaban a pretender imponérsela a toda la ciudadanía del reciente reino, incluidos los de Albacete, Cádiz o Murcia.

Fue entonces cuando Galicia comenzó a ser algo. En el Reino de España toda existencia real comenzó a ser negativa: todo el que de alguna forma existía lo hacía porque el diligente dueño de Pardegüevos apagaba el televisor cuando se hablaba de sus horrendas inclinaciones a hablar la propia lengua o a defender lo suyo.

Esta cualidad positiva de lo negativo nunca dejó de estar vigente. Buena parte de los problemas políticos del reino provienen de esta compleja reconstrucción de la realidad que comenzó a hacerse en el conjunto del Estado desde que el invicto lograra sus objetivos.

Galicia no fue una excepción: existe porque no es del todo fiable. Otros territorios no existen, sin más: son los más fieles a la idea central del reino. Galicia existe, pero algo les dice que va a dejar de existir, y eso debe alegrar al dueño de Pardegüevos, si es que aún vive, que no lo sé, aún viviendo yo a día de hoy muy cerca de esa franquicia de La Tour d'Argent.

En el supuesto de que estas cosas pasadas que les cuento tengan algún viso de realidad, que lo tienen, Galicia debe insistir a día de hoy en su existencia, y es posible que ante la probable ola de destrucción del territorio que se avecina (aún no del todo consumada, afortunadamente) bajo la forma de incendios, cementaciones, piscidestrozos varios y demás restos del naufragio, Galicia deba establecer con rotundidad algún criterio diferencial con toda forma de barbarie política que nos uniformice con la barbarie ambiental que se avecina. Y es preciso hacerlo con voz muy alta y de forma visual muy relevante, como deben serlo también la forma periodística y sonora ya citada. Aunque se enfade el dueño de Pardegüevos. Y ustedes que lo vean.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_