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CLIC CLAC | TOUR 2011 | Cuarta etapa
Columna
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Nombres y muros

Todo tiene un nombre. Los mares, las montañas, los collados, los cabos, las personas, y también los pueblos. Y si algo no lo tiene, ya nos encargamos nosotros de bautizarlo. Frecuentemente además, los puertos de montaña tienen el mismo nombre que el pueblo donde arranca la ascensión. Pero ayer, aquí en Bretaña, nos encontramos con una excepción a esta regla. No era el pueblo quien daba nombre al muro, sino que el propio muro, por su situación, era quién otorgaba el nombre al pueblo. Mûr-de-Bretagne en francés, Mur simplemente en bretón, que significa obviamente muro. Nombre de la colina en la que terminaba la cuarta etapa, pero también nombre del pueblo que se atravesaba en los momentos previos a la ascensión.

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Además de un nombre, el propio muro tiene un apodo para los bretones: "El Alpe-d'Huez bretón". Un poco pretencioso, porque sí que es verdad que era una subida capaz de hacer daño, pero nada comparable a la famosa ascensión alpina. Ni en curvas ni en longitud; si acaso en algo se le parecía era en el porcentaje de la pendiente. Pero aquí era un kilómetro, cuando allí son unos cuantos más.

A mí me impresionó bastante más uno de los toboganes previos, una preciosa y larga carretera rectilínea que primero bajaban los ciclistas y luego subían a unos seis kilómetros de la llegada. Aquí le llaman la primera subida. La segunda es el repecho que asciende hasta el centro del pueblo. Y luego, tras un kilómetro de descenso, era donde comenzaba lo que aquí llaman la tercera subida, esto es, el muro en sí mismo, esos dos kilómetros que habían impuesto cierto miedo en el pelotón.

Un primer kilómetro recto con una pendiente media cercana al 10%, con ciertos badenes en los que las rampas se inclinaban algo más, y un segundo kilómetro en el que la pendiente iba descendiendo de un 5,5% a unos últimos 500 metros con un casi inapreciable 2%. Visualmente, un final en falso llano tras una dura subida de un kilómetro. Para los corredores en cambio, dos kilómetros de subida, uno duro y otro más suave.

Y en este escenario, en el muro y en su pueblo, vimos al mismo Contador que vimos no hace mucho en Tropea (Italia), durante el último Giro. Alberto es un corredor que acostumbra a cuadrar ciertos números. Carrera en la que participa con llegada en alto, carrera ganada. Allí en Tropea ni ganó ni llegó en alto, pero sorprendentemente atacó a sus rivales en un repecho digno de las clásicas de primavera, y comenzó de esa manera a imponer el miedo a sus rivales en la ronda italiana.

En el muro de ayer no había más favoritos que Gilbert. Era el día de su cumpleaños, y tras ver su autoridad en la llegada de la primera etapa, nada hacía presagiar que ayer no ganaría. Pero apareció el Contador de Tropea, ese corredor que ese día en Italia se dio cuenta de que también podía con este tipo de finales que, aunque puntuasen como una cota de tercera, no son exactamente lo que se entiende por finales en alto. Y en lo más duro fue él quién tomó la iniciativa. Y al igual que en Italia, Contador no ganó y se tuvo que conformar con el segundo puesto. Pero un segundo con un sabor muy diferente a la amargura que va asociada generalmente a este puesto. Un segundo dulce, como el que separa a Evans -ganador ayer- del líder de la carrera, Hushovd.

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