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Columna
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Cambio de tono en educación

En su toma de posesión, José Ciscar, el nuevo consejero de Educación, ha manifestado que está dispuesto a hablar con todo el mundo. Pronunciadas en otro momento, las palabras del consejero no hubieran pasado de un simple gesto de buena educación, propio de la ceremonia. En esta ocasión, sin embargo, han tenido el efecto de un bálsamo para la comunidad educativa. Por fin tenemos a alguien con quien podremos discutir nuestros problemas, deben haber pensado las miles de personas que se han visto sometidas, durante los pasados años, al arbitrismo de Font de Mora. Al punto que ha llegado la educación en la Comunidad Valenciana, es probable que a Ciscar -sin dudar de su buena voluntad- no le quedara otro camino que el diálogo. Es cierto que la educación podía continuar degradándose, porque hay políticos cuya incompetencia no alcanza a tocar fondo. Pero con una tasa de fracaso escolar del 37%, parecía llegada la hora de buscar algún remedio.

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Font de Mora ha sido un pésimo consejero de Educación. Su falta de competencia para dirigir un mundo tan complejo era evidente y, a lo largo de su mandato ofreció, con frecuencia, pruebas de ello. Font de Mora tenía un concepto de la educación meramente político, y nunca quiso valorar su aspecto social, que no le interesaba. Además, estaban las dificultades propias de su carácter. Sus enfrentamientos y la falta de acuerdo con el mundo de la educación pública eran proverbiales, y originaron momentos de gran tensión que pretendió resolver con gestos de autoridad. No supo ver que había malgastado su autoridad en unas propuestas disparatadas que acabaron por mover a risa. En esas condiciones, era difícil que el hombre del chino mandarín, o de los ordenadores que provocaban miopía, continuara al frente de la educación valenciana.

Ciscar deberá poner remedio a la situación. No lo tendrá fácil. Es probable que sus interlocutores -con la excepción previsible de la patronal- se muestren desconfiados tras lo sucedido. Habrá que ver, por otra parte, el margen de maniobra que le permite Francisco Camps. En cualquier caso, si pretende obtener alguna credibilidad, deberá definir una política educativa. Puede parece una perogrullada afirmar que hace falta una política educativa para gobernar pero, a la vista de lo ocurrido, no podemos decir que esa política haya existido en la educación valenciana. En todo caso, lo que hemos tenido son unos años de improvisación, donde los problemas se resolvían según se presentaban. A estas alturas -si dejamos de lado la retórica de la propaganda- desconocemos qué clase de educación pretende el Gobierno valenciano para nuestros alumnos. Salvo que toda la política (?) se reduzca a beneficiar a la enseñanza privada.

Los expertos coinciden en afirmar que sin una educación de calidad es imposible un cambio social y económico. Los años de la burbuja inmobiliaria falsearon este axioma, confundiendo a muchas personas. El hecho fue particularmente acusado en la Comunidad Valenciana, donde ahora lo pagamos con una situación económica peor a la de otras regiones. En estas condiciones, debemos preguntarnos qué política emprenderá la Consejería de Educación. A Finlandia le supuso 20 años pasar de una educación de calidad media a una excelente. Para un país preocupado sinceramente por su futuro, 20 años no son nada; para un político, en cambio, son cinco legislaturas. En estas medidas tan diferentes estriba, a mi entender, la mayor dificultad. Veremos de lo que es capaz José Ciscar.

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