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Perspectiva y paciencia

He tenido el privilegio de que mi cuarto y último año como embajador de Israel en España, que finaliza estos días, haya sido el de la conmemoración de los 25 años desde el establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestros dos países, y, sin embargo, está claro que la decisión que honró a Felipe González y Simón Peres en 1986 no puede derrumbar ni borrar de la noche a la mañana los muros de distanciamiento y hostilidad, los sedimentos que se han acumulado a lo largo de 500 años.

El daño producido por los acontecimientos de 1492, aparte del trauma de la expulsión y la Inquisición de por sí, se reflejan en la obliteración de la vida judía en la península Ibérica. A diferencia de lo que sucedió en otros lugares de Europa, en España no hubo convivencia con judíos de carne y hueso durante siglos. Desde luego no se desarrolló aquí una élite judía intelectual, ni política, ni empresarial, ni de ningún otro tipo.

El español que conoce Israel por la prensa cree que solo hay ultraortodoxos y soldados
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El embajador de Israel se despide criticando "el odio y el antisemitismo de la sociedad española"

El desconocimiento personal del judío hizo que proliferaran los estereotipos. Se puede deducir hasta qué punto estos están enraizados por el hecho de que hasta hoy día expresiones como "hacer judiadas" son comunes y corrientes en el discurso español (de hecho su acepción aparece incluso en los diccionarios), así como por los elementos manifiestamente antijudíos en las procesiones religiosas de Andalucía y de otros lugares. Es más, muchos españoles de mi generación, nacidos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, me han confesado que siendo niños, cuando no se portaban bien, sus padres les regañaban habitualmente con expresiones como "no te portes como un judío", "escupir es de judíos", etcétera.

La cuestión de hasta qué punto y en qué medida este telón de fondo histórico dicta la actitud de los españoles hacia el Israel de hoy resulta fascinante. Dudo mucho que los acérrimos críticos de Israel reconozcan, incluso en una autorreflexión, que existe un vínculo entre aquellas imágenes de los judíos de las que se impregnaron durante su infancia y su posición hacia Israel hoy. Y, por supuesto, nunca lo reconocerán en público. Para empezar, dejemos claro que no me estoy refiriendo a aquellas críticas legítimas hacia políticas de Israel. Dicho esto, en el discurso español, se cruza a menudo la frontera más allá de la crítica legítima: en las páginas de este mismo periódico escribió alguien cuyo nombre no voy a citar que la creación del Estado de Israel fue un error histórico y sería mejor que desapareciera. En una encuesta reciente más de un 10% de los encuestados respondió que la desaparición de Israel sería la solución preferida por ellos para resolver el conflicto en Oriente Próximo. Israel es hoy por hoy el único país del mundo que es objeto de expresiones y opiniones radicales de esta índole. A aquellos que atribuyen este discurso de odio extremista únicamente al conflicto entre Israel y los palestinos les resultará difícil explicar por qué otros conflictos no despiertan estas emociones obsesivas y por qué en otros casos la crítica se dirige hacia la política del Gobierno en cuestión, mientras que en el caso de Israel, como hemos explicado, degenera muchas veces en la descalificación del derecho de existencia de una soberanía nacional judía.

Debido a la actitud obsesiva hacia el conflicto, continúa en cierta medida con respecto a Israel la misma situación que existió durante 500 años con respecto a los judíos. Los españoles en general se informan sobre Israel únicamente a través del prisma de los medios de comunicación y por ello no conocen el verdadero Israel. En el juego de asociaciones, cuando se cita a "España" ante un israelí de a pie, este último piensa en el fútbol, en Goya, Bardem (y por supuesto, Pe), Gaudí y las tapas. Cuando se cita a "Israel" ante un español de a pie, este último piensa en el conflicto, el conflicto y el conflicto. Hay más de 20 representantes de los medios de comunicación españoles en Jerusalén, pero no cubren el Israel de la diversidad cultural, la vanguardia tecnológica, la creatividad y la innovación, del éxito económico, y el enorme florecimiento cultural. Cubren única y exclusivamente el conflicto. Un español que "conozca" Israel solo a través del material visual que llega aquí podría pensar que en aquel país viven únicamente dos tipos de habitantes: los ultraortodoxos y los soldados.

A mí no me cabe duda de que no se puede negar la influencia continuada de cientos de años de desconexión entre dos pueblos sobre las relaciones bilaterales actuales. Quien pretenda hacerlo peca de descontextualización histórica. Me parece también que, a pesar de los esfuerzos positivos para cerrar la brecha por distintos medios (como por ejemplo la creación de Casa Sefarad-Israel), 25 años son un lapso de tiempo demasiado corto, un abrir y cerrar de ojos históricamente hablando, para lograrlo. Un puente que tiene que salvar tales abismos de tiempo y de sedimentos necesita unos cimientos sólidos. En gran medida nos encontramos aún en pleno proceso de construcción de dicho puente. Esta es la perspectiva, este es el prisma a través de los cuales deben analizarse las relaciones, y de ello se deriva la necesidad de entendimiento, tolerancia y paciencia por parte de todo aquel que estime nuestras relaciones y aspire a contribuir a su desarrollo. Con todo ello, mi experiencia aquí me da esperanzas de que no vamos a necesitar otros 25 años para finalizar la construcción del puente.

Raphael Schutz es embajador de Israel en España.

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