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Columna
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La mirada del sordo

En la foto de portada de este periódico en la edición del lunes pasado aparecían Francisco Camps y Fernando Alonso fundidos en un abrazo después de que el segundo consiguiera hacer podio en la fórmula 1. La foto, tomada al parecer en el mismo podio, se centra en ese abrazo. Pero si se mira más de cerca se diría que no se trata propiamente de un abrazo a dúo sino más bien del interés del señor Camps por abrazar a Alonso. En realidad, más que abrazarlo, lo ahoga, lo aturde, y en vano la mano izquierda del piloto trata de librarse de un abrazo acaso mortal que tal vez podría lesionarlo. También se observa que la posición de la gorra del campeón parece eludir una intimidad indeseada, tal vez también injustificada, como si no quisiera prestarse del todo a semejantes muestras de afecto, mientras que en el president sobresalen su enorme reloj y un tímido anillo de esposado, dicho en el mejor de los sentidos. También da la impresión de que Fernando intenta sin mucho éxito zafarse del abrazo, como si lo rechazara en el momento mismo de su apogeo, mientras que Francisco, que lo tiene bien agarrado, no manifiesta ninguna intención de soltar su presa. La impresión general, ya digo, es la de un abrazo muy rotundo pero no del todo deseado, al menos no con esa vehemencia, por su víctima, que parece desear que la cosa termine cuanto antes. Pero Camps no está dispuesto así como así a dejar de sonreír, así que no necesitamos una toma de contracampo para suponer que Alonso anda rumiando algo así como que después de la dureza de la carrera solo le faltaban esos apretujones con el mono de faena puesto, en una especie de apropiación indebida que tanto dice sobre quien la ejecuta como acerca de quien la recibe no sin cierto recelo inesperado, si se considera que Alonso no parece abrazar a Camps sino más bien palparlo, quizás para persuadirse por sí mismo de la excelente calidad del paño de nuestro presidente.

Digamos que se trata de un abrazo disimétrico y dirigido a las cámaras más que a sellar una amistad inconmovible, un tanto a la manera del montaje teatral de Robert Wilson La mirada del sordo, en el que un sordo no es ciego y valora las imágenes a su manera, de modo que baila estupendamente siguiendo los ritmos de su propio cuerpo sin más interferencias que las indicaciones del director o del cansancio. Y aquí es donde queríamos llegar, después de tanto incordio, al cansancio. Resultan admirables las personas incombustibles, por varias razones que no se exponen ahora, aunque conviene señalar que en ocasiones son mero material fallero en sí mismas, destinadas naturalmente a la combustión en favor de la fiesta. Que siga la fiesta pues, aunque nos prive del protagonismo al descubierto de personajes tan regocijantes como Rafael Blasco, y que no decaiga por lo menos hasta marzo.

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