Los padres de Frankenstein
El de 1816 fue el "año sin verano", también fue conocido como "el año de la pobreza". En abril del año anterior la explosión en Indonesia del volcán Tambora arrojó a la atmósfera tal cantidad de cenizas que las temperaturas cayeron en todo el mundo y se malograron las cosechas. El acontecimiento tuvo diversas consecuencias, la más importante fue que la escasez de cebada provocó que el alemán Carl von Drais se pusiera a trabajar en una alternativa al transporte animal y acabara inventando la bicicleta. En el ámbito cultural, la imposibilidad de organizar verbenas hizo que en Suiza, en una villa a las orillas del lago Leman, unos cultos turistas ingleses ociosos, entre los que se contaban los poetas George Gordon (Lord Byron) y Percy B. Shelley; Mary Wollstonecraft, futura esposa de Shelley; su hermanastra, Claire Clermont, amante de Byron, y John William Polidori, médico de Byron con aspiraciones literarias, empezaran a inventar, por iniciativa del aristócrata, diversas historias de terror para entretenerse por las noches.
LORD BYRON, UN ESTIU SENSE ESTIU
De Agustí Charles sobre libreto de Marc Rosich. Gerson Sales, contratenor; Malte Godglück, barítono; Norbert Schmittberg, tenor; Muriel Schwarz, soprano; Margaret Rose Koenn, soprano; Lasse Penttinen, tenor. BCN 216. Coro del Gran Teatro del Liceo. Martin Lukas Meister, dirección musical. Alfonso Romero Mora, dirección escénica. Producción del Gran Teatro del Liceo, Staatstheater Darmstadt y Teatros del Canal (Madrid). Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 25 de junio.
Busca al público y lo hace con recursos teatrales, pero no siempre lo logra
De ahí nacieron dos príncipes "del lado oscuro" del romanticismo, dos hitos de la narrativa gótica tardía llamados a hacer gran fortuna en las décadas venideras: Mary Wollstonecraft, con su relato El moderno Prometeo, creó el personaje de Frankenstein, y Polidori, con su narración El vampiro, creó uno de los precedentes inmediatos del Drácula de Bram Stoker.
Ese fértil encuentro de artistas en ese lluvioso y frío verano, salpimentado con un poco de erotismo de enagua y corsé, es el tema de Lord Byron, un estiu sense estiu, la nueva ópera del compositor Agustí Charles sobre libreto del dramaturgo Marc Rosich.
Estrenada en marzo pasado en el Staatstheater de Darmstadt (Alemania), donde, por cierto, se encuentra el verdadero castillo de Frankenstein, Lord Byron se presenta ahora en el Liceo barcelonés y viajará en el futuro a los Teatros del Canal de Madrid, completando así el peregrinaje por los tres teatros que coproducen el montaje.
Con dirección musical de Martin Lukas Meister al frente del conjunto BCN216 y de un nutrido grupo de percusionistas sobre el escenario, y con dirección escénica y escenografía de Alfonso Romero Mora, Lord Byron fue interpretada por el mismo reparto que estrenó la obra, un grupo solvente de solistas sin estrellas de relumbrón, pero comprometido seriamente con su trabajo, que se aplicó a fondo y con gran profesionalidad en el empeño, de modo que todos lograron óptimos resultados.
La obra quiere ser atractiva, vistosa; busca al público y lo hace con recursos genuinamente teatrales, pero no siempre lo logra. El libreto de Marc Rosich, que incluye bastantes partes en inglés que corresponden principalmente a textos de Shelley y Byron, leído "en seco", separado de la ópera, resulta vivo, interesante, aunque a veces sea algo pretencioso; pero puesto en música, se hace prolijo, largo. El libreto operístico requiere, en general, más concisión, más claridad dramática; ya se encargará la música, si sabe y puede, de poner matices y claroscuros.
El canto de Lord Byron también presenta problemas. Intenta adaptarse, y casi siempre lo logra, a la prosodia de la lengua catalana y respeta acentos y fraseo, pero adolece, y este es su principal problema, de excesiva uniformidad, de poca capacidad para hacerse eco de las emociones que agitan cada situación y cada personaje. Instalado en una especie de declamación que transita con facilidad entre la voz hablada y la voz impostada, el canto se mantiene demasiado monótono y acaba resultando tedioso, en una obra que supera largamente las dos horas de duración.
La parte instrumental, densa, muy elaborada, crea atmósferas y sugiere ambientes con eficacia, aunque demasiado a menudo crea un muro sonoro entre el espectador y el canto.
Uno de los principales logros de Lord Byron está en la ingeniosa y amplia utilización instrumental del coro, que canta tras el decorado y que tanto puede representar a personajes abstractos y colectivos, por ejemplo las almas de los soldados muertos en Waterloo, como tener un valor puramente tímbrico haciendo de puente entre los sonidos orquestales y la voz de los solistas.
Lord Byron tiene una parte buena, es ambiciosa, valiente, desprejuiciada y, sin perderse ni en el intelectualismo elitista ni en la banalidad, coge por sus puntiagudos cuernos al complicadísimo toro de hacer ópera a principios del siglo XXI, pero no siempre triunfa en todas sus múltiples ambiciones. No hay que desesperar, Lord Byron, acogida en el Liceo con aplausos tibios pero sin abucheos, es solo la segunda ópera de Charles y Rosich.
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