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Reportaje:

Brangulí y el barco de cemento armado

Tras el 'Mirotres', se pensaba construir cinco buques más en Malgrat de Mar

El 10 de agosto de 1918 el fotógrafo Josep Brangulí recibió un telegrama de la empresa Construccions i Paviments, SA. Desde 1911 fotografiaba los edificios que esta empresa construía. Pero esta vez el encargo para la mañana del jueves 15 era muy especial. En la escollera de la playa de Sant Adrià de Besòs se iba a vivir un acontecimiento histórico: la botadura del Mirotres, el primer buque de hormigón armado que se construía en España.

Brangulí había seguido los pasos de su construcción, tal como reflejan las cinco magníficas fotografías de la exposición Brangulí. Barcelona 1909-1945 del CCCB: la enorme grada de madera en forma de U, los operarios tejiendo la estructura con finas varas de hierro y el vertido del cemento Asland para hacer el casco. También había acudido a ver la estructura terminada, de 34 metros de eslora por 7,30 de manga; un casco brillante y pulimentado que, más que un barco, parecía una enorme ballena blanca varada en la playa.

La jornada prometía. Joan y Josep Miró Trepat, los dueños de la empresa, habían invitado a lo más granado de la sociedad barcelonesa. Los Miró creían tanto en las posibilidades del nuevo barco que antes de la botadura ya habían adquirido 250.000 metros cuadrados en la playa situada entre Malgrat de Mar y Santa Susanna (Maresme) para levantar unos astilleros con cinco gradas en los que trabajarían más de 1.000 operarios y que construirían, de entrada, cinco buques capaces de transportar 1.200 toneladas (el Mirotres era de 300). Se proponían que cada cuatro meses saliera de los astilleros un nuevo barco. "Son tantos los chalets construidos en la atarazana que verdaderamente parece un poblado a la moderna, a lo yanqui. Todo se está construyendo de cemento armado o de madera", recogía en mayo de 1919 un artículo de la revista Germanor sobre las instalaciones de Malgrat de Mar.

"Su intención era construir muchos barcos de cemento, por eso habían comprado en Estados Unidos 129 motores, con la condición de que no los vendieran a los alemanes", asegura Sara Masó, periodista y sobrina nieta de estos pioneros que hicieron de Malgrat un centro de I+D de la época.

Pero el Mirotres nació con mal pie. "La playa era poco profunda y las olas habían erosionado la arena. Cuando el Mirotres estaba entrando en el mar, las vías de la playa se rompieron y la madera abrió un agujero en el casco, que acabó lleno de agua", explica Masó, que recientemente dio una conferencia sobre este tema en el Archivo Comarcal de Mataró.

Publicaciones de la época, como La Vida Marítima, Ibérica y Navegación, recogieron el acontecimiento y destacaron las características del Mirotres, como su motor semidiésel Bolinder de 150 caballos, capaz de alcanzar los ocho nudos, y valoraron la búsqueda de nuevos materiales y técnicas para hacer frente a la escasez de aquellos con motivo de la guerra mundial. "Todas destacan lo barato que resultaba construirlo, frente al acero, y que no se necesitaba personal especializado; pero también su poca elasticidad, el efecto negativo del mar y la imposibilidad de fijar los aparatos al casco", dice Masó. El experimento de los Miró no fue único. En Italia y Noruega se construían otros barcos de cemento, y en Estados Unidos en 1918 se habían acabado 14 buques y estaban previstos otros 58.

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El 5 de agosto de 1920, sin haber cumplido los dos años, el Mirotres naufragó en Portvendres, cerca de Colliure (cabo de Creus), durante un viaje de Tarragona a Marsella cargado con 309 botas de vino. "El viento y la niebla hicieron que el barco, capitaneado por Carlos Roldán y con 12 hombres de tripulación, colisionara contra una roca cuando estaba a 50 metros de la costa. El Mediterráneo es más traicionero de lo que parece", explica Masó. "El Mirotres se hundió como consecuencia de uno de los puntos débiles de los buques de cemento: su poca resistencia a los impactos directos en el casco", concluye. El final de la guerra y las dificultades del Mirotres hicieron que de los cinco barcos previstos solo se empezaran tres, que acabaron desmontados.

En una de las numerosas cartas familiares que Masó conserva, los trabajadores del astillero protestan en 1919 a la dirección por los bajos jornales, que les llevaron a una huelga de tres meses. En otra, Josep Miró se quejaba de que se habían "tirado por la ventana dos millones de pesetas por las decisiones del consejo de la empresa contrarias a los fundadores", algo que dejaba ver el malestar general que se vivía. Tras el hundimiento del Mirotres, la actividad en las instalaciones de Malgrat continuó hasta 1926. Hoy día, de la aventura de los hermanos Miró tan solo queda, aparte de las fotografías de Brangulí, un recuerdo en Malgrat de Mar: la playa de la población se denomina del Astillero.

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