Los sueños de los audaces
En El descrèdit de la realitat, Joan Fuster analizaba la dimensión con la que los pintores surrealistas veían los objetos a su alcance, distorsionando sus proporciones. De igual modo, la política hoy se ve distorsionada respecto a su función -el bienestar de la sociedad- a los ojos de los indignados. Tampoco es que la imagen catastrofista que muestran algunas opiniones, en determinados medios de comunicación, facilite el tomar la dimensión correcta. No se trata de poner en dificultades al Gobierno, sino de que el Gobierno, todo Gobierno, cumpla correctamente con la función que se reserva a la política. Hora es ya de corregir el posible descrédito de esta, independientemente de las próximas elecciones generales. No cabe pensar que la solución nos venga dada por el hecho de que se celebren antes o después las elecciones, o de que cambie, o no, el signo del partido político que nos gobierne. El problema es cómo abordar la situación económica y la democratización de la política, para que los ciudadanos, indignados todos, unos más, otros menos, encuentren vías de expresión suficientes para conformar las nuevas mayorías.
Los indignados no están en contra de cualquier sistema, lo están de este, y abogan por otro
El dilema, por consiguiente, continúa siendo que todos aquellos en quienes se confía para que verdaderamente representen a las diferentes opciones sociales puedan hacerlo, correcta y sensiblemente, atendiendo a las demandas ciudadanas. Tanto con honestidad en su comportamiento como con el compromiso de contribuir a superar, en primer término, la actual situación de crisis, económica y social, pero también la política, que igualmente nos afecta. Para lo cual el electorado tiene su propia responsabilidad, que, en palabras de Michelle Bachelet, expresidenta de Chile y directora de la ONU Mujeres, supone, que la democracia no acaba con votar, sino que la opción es implicarse. Es decir, no finaliza con haber elegido representantes, sino que comienza al examinar su gestión, denunciar los incumplimientos y abogar por mayorías de progreso que no supongan el descrédito de la política.
¿Por qué pues entonces no considerar las convocatorias del 15-M como una expresión de voluntad de participación y no de exclusión? El jesuita valenciano José Ignacio González Faus, director de los cuadernos Cristianisme i Justícia, lo explica con claridad al recoger una expresión de los propios indignados: ellos no son antisistema, son alter sistema. No están en contra de cualquier sistema, lo están de este, y abogan por otro. Puede que no sepan, todavía, definir cuál es su opción, puede que resulte difícil explicarla, puede que lo sea encontrarla, pero acaso no lo fue para los comunistas sustituir su antiguo régimen y para los socialdemócratas, hoy, reformular su ideario, o para los capitalistas, ya, encontrar soluciones para la situación financiera tras las crisis sucesivas de algunos gigantes como Lehmann Brothers, Fannie Mae, Freddie Mac, AIG, entre los más conocidos (aconsejable el filme Inside job) por no poner ejemplos entre los españoles.
Primero fue José Luis Sampedro quien afirmó que las batallas había que darlas, se ganen o se pierdan, por el mero hecho de darlas, puesto que ello ya nos gratifica. Si luchas puedes vencer, si no lo haces, ya estás derrotado. Sin batalla no cabe victoria posible. Más tarde fue el propio presidente del Consell Valencià de Cultura (CVC), Santiago Grisolía, quien vino a avalar la lucha de los indignados, diciendo estar de acuerdo con casi todo lo que piden. También Eduard Punset, entre los científicos, les animó a no parar, les dio las gracias, y les dijo que mucha gente está con ellos, aunque parezca que estén solos. Y más recientemente, Rosalía Mera, cofundadora de Zara, ratifica, tras una reciente entrevista, que, frente a la corrupción, debemos estar muy indignados, los acampados y los que no, plantarnos, y decir basta. La rebelión, avalada desde puntos de vista distantes pero coincidentes.
En la estrofa final del poema Invictus, el poeta William Ernest Henley nos recuerda que somos los amos de nuestro destino, capitanes de nuestras almas. Hoy los tiempos están cambiando -Times are changing, que dijera el septuagenario Dylan- en todo el mundo. No solo en España, también lo recordará así, a buen seguro, el todopoderoso Berlusconi, quien acaba de sufrir otro severo revés en los recientes referendos tras las numerosas derrotas sufridas en las pasadas elecciones municipales. Junto a las revueltas en países árabes reclamando más democracia, nos encontramos en Occidente con la indignación generalizada ante el desfase, cada vez mayor, entre los que más tienen y los que más necesitan, cosa que ya advertían hace unos años los incidentes en diversas ciudades francesas, a los que ha seguido el aldabonazo final de Stéphane Hessel con ¡Indignaos!. Hace veinte siglos el poeta Virgilio, en La Eneida, compendiaba con la expresión Audentes fortuna iuvat su apuesta en favor de los audaces, la fortuna les sonríe. Los audaces de ayer pueden ser los indignados de hoy. Confiemos en que incidentes violentos no vengan a desvirtuar sus sueños.
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