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Funeral y elegía canaria en Aranjuez

Capilla Cayrasco rememora las exequias de Felipe II en las islas

Comenzó con una procesión solemne, rostros compungidos y vestimentas negras. Desde el coro sonaba Re di Spagna de Cornazano, mientras los integrantes de Capilla Cayrasco atravesaban la nave de la Capilla Real del Palacio de Aranjuez.

El concierto, una misa de réquiem en toda regla, cerró el XVIII Festival de Música Antigua de Aranjuez. La idea de Eligio Luis Quinteiro, el joven director canario del conjunto, era recrear las exequias que se celebraron en la catedral de Las Palmas a la muerte de Felipe II. La partitura, una de las obras más soberbias de la música española: Missa pro defunctis a 4 (1583) de Tomás Luis de Victoria. El compositor abulense fue un referente de la música de la contrarreforma y llegó a trabajar a las órdenes del Papa, consagrado como uno de los mejores del mundo en el siglo XVI. Para recrear un funeral tan exótico, Quinteiro alternó las distintas partes de la misa de Victoria con la lectura de algunos fragmentos de la elegía que escribió el padre de las letras canarias, Bartolomé Cayrasco de Figueroa. Recrea una escena extraña. Capilla Cayrasco despide al rey con cuatro voces -dos por cuerda-, una flauta y un bajón tapado, una especie de fagot antiguo parecido a los graves de un órgano. El atardecer se escapa por la linterna de la cúpula conforme avanza la liturgia, hermosa y bien construida por Victoria. Los ocho cantantes transmiten con sus rostros la muerte cercana del rey, especialmente los contraltos Simon Berridge y Matthew Venner, más hipnóticos. Mientras, Quinteiro dirige a su corte de luto hacia un clímax sacro que llegará en el desesperado Libera me de Victoria.

Suena una campanita dorada: es el timbre que abre y cierra la consagración y anuncia el Sanctus.

Parece necesario abrir las puertas del templo para que la música escape de las glorias rococó de la pequeña Capilla Real. Al final, el responsorio deja paso al silencio y el eco de la piedra ocupa el espacio clamoroso que ha dejado la liturgia. El público se mantiene inmóvil, esperando el amén que ponga fin a este funeral canario que en el siglo XXI no es más que un concierto.

Pero nadie se acuerda de que esta misa de réquiem es una ficción, y parecen esperar que el ataúd del rey desaparezca por el atrio. De repente, la luz los despierta: la ovación es la señal de que pueden ir en paz.

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