El fin del saque y volea
El grande británico, antes templo del juego de ataque, presenta una de las pistas más lentas desde que se cambió el tipo de hierba - Los puntos se ganan ahora desde el fondo
Feliciano López, un español nacido para el tenis de hierba, baja por el Saint Mary's Walk de Wimbledon lamentando su mala suerte. Desde el fondo de una capucha blanca, su voz recuerda a Roger Federer cargando contra la red para eliminar al estadounidense Pete Pistol Sampras en 2001. Mientras se cubre de plomo el cielo, el dos veces cuartofinalista en Londres cuenta cómo él mismo cayó ante el hexacampeón suizo en los octavos de 2003 sediento de red y voleas. "Y hoy", cierra el relato de los cambios de Wimbledon, "aunque tengas muy buen saque, como yo, si subes, te pasan". "Esto", concluye tras entrenarse con Rafael Nadal, que debuta hoy (14.00, Canal+) contra el estadounidense Russell, "ya no es lo que era".
En la final de 1990 se lograron 233 tantos en la red; en la de 2010, solo 50
Todo eso dice López, un hombre de sensaciones, para describir un torneo más lento y pausado, sin casi sitio para los voleadores y más propicio para el juego de fondo desde que en 2001 se cambió el tipo de hierba, lo que frenó el juego una décima por segundo en cada golpe, según el torneo. Todo esto dicen las estadísticas, que refuerzan sus opiniones. En la final de 1990, el sueco Edberg y el alemán Becker, dos especialistas, sumaron 233 puntos jugados en la red. En el encuentro decisivo de 2000, el estadounidense Sampras y el australiano Rafter totalizaron 142. Y en el partido por el título de 2010, Nadal y el checo Berdych se quedaron en 50.
La regresión, en la que también influyen los nuevos materiales, la fibra de carbono, el tungsteno y los cordajes revolucionarios, que permiten restar saques que antes finiquitaban el peloteo, es evidente. Antes Wimbledon se ganaba en la red, quemando la hierba de pisadas en busca de la volea. Hoy, en tiempos de gigantones con raqueta, muchos tenistas pueden elevarse hasta la altura del mítico Björn Borg, un caso único hasta ahora, el primero que, en contra de lo habitual, fabricó desde la línea de fondo su leyenda sobre la hierba.
El destino de su heredero, Nadal, que solo mantendrá el número uno mundial si gana el título y el serbio Djokovic, su perseguidor, no está en la final, se empezó a cocinar a más de 300 kilómetros de Wimbledon, en el condado de Yorkshire. De la misma manera, Federer, que arrancará la cita contra el kazajo Kukushin, apenas reconoce su torneo fetiche desde que complejos mecanismos hidráulicos, imitando el peso y las pisadas de los tenistas, empezaron a hollar tapetes y más tapetes de hierba. El Instituto de Investigación sobre Campos de Césped, que ha plantado en sus terrenos decenas de tipos distintos de verde, trabaja con el club de golf de Saint Andrews igual que asesoró al de Wimbledon en el cambio de 2001, hace ahora 10 años.
Las consecuencias de sus decisiones están claras. Como dijo Murray, que hoy inicia ante Daniel Gimeno Traver la aventura de intentar ser el primer británico en ganar un grande desde Fred Perry, en 1936: "Hay muchos tenistas que hace cuatro o cinco años no jugaban bien sobre hierba y que lo hacen ahora. Hay intercambios más largos y eso permite a los jugadores de fondo dar más disgustos que antes. Con frío, como hace ahora, la central de Wimbledon es una de las pistas más lentas del circuito anual. No es ninguna exageración".
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