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A un mes del 15-M

El movimiento 15-M ha cumplido un mes. Hace sólo treinta días que miles de personas tomaron las calles de las ciudades mostrando su indignación frente al comportamiento de la clase política y económica, congregados por un llamamiento de sólo tres palabras, tan sencillo como potente: Democracia Real Ya.

La potencia del despertar popular, de la sacudida colectiva de conciencias que se produjo en aquella manifestación, prendió la chispa para que pequeños grupos de personas decidieran permanecer en las Plazas de algunas ciudades. En apenas dos días, ya eran miles los indignados allí reunidos, que decidieron convertir las Plazas en espacios de convivencia, debate, aprendizaje, protesta y reivindicación. Unos espacios autogestionados, con estructuras de funcionamiento horizontales, sin jerarquías de poder, con el debate como arma y el consenso como estrategia.

Nadie dijo que conseguir lo que se ha llegado a llamar ya la tercera era de la democracia iba a ser fácil, ni tampoco inmediato, pero los pasos han sido de gigante. Si pensamos en la vida de cualquier experiencia de acción colectiva tradicional, los primeros treinta días suelen perderse entre estrategias vacilantes. Más aún, en el plano de la democracia representativa, es una frase típica afirmar que debe darse cien días a un gobierno recién elegido para que comience a poner en marcha las primeras medidas, que antes de ese lapso de tiempo es imposible llevar a cabo cambios reales. En treinta días, el 15-M ha demostrado que "imposible" era un concepto interesado y manipulado, que lo que antes parecía imposible hoy se ha hecho realidad.

Y así, día tras día, los cambios son palpables, en la fisonomía de las Plazas, ya con o sin acampada, en las consciencias de quienes en ellas debaten, proponen y trabajan y en el ánimo de los que han despertado al calor de su ilusión, su esperanza y sus propuestas. La cotidianidad de las ciudades va modificándose de manera tan suave como imparable, al instaurarse en el debate diario en la calle, en el trabajo, en los bares, cuestiones como la discriminación a las minorías que provoca la ley electoral, la necesidad de establecer mecanismos de democracia participativa que nos permitan intervenir en las decisiones que nos atañen, la necesidad de controlar el funcionamiento de los bancos y de sus abusos, en particular respecto de las hipotecas, el necesario control de los contratos temporales y de la precariedad laboral o de los despidos injustificados...

El impacto de este esperanzador despertar colectivo puede medirse igualmente en el receloso comportamiento de los gobernantes. Obstinados en no atender a aquellos que dicen representar, su conducta ha pasado de la aprensión y paternalismo hacia posturas de desconfianza y temor. Un temor que ha cristalizado en actitudes orientadas a criminalizar la indignación ciudadana y que evidencia lo que pretenden ocultar. El poder siempre ha estado en las Plazas, en las personas y en la colectividad, sólo había que despertar y rescatarlo de las manos de la esfera económica privada y de la degenerada democracia representativa.

Una vez despiertos y alerta, la estrategia del miedo, que sigue apoyándose en la capacidad de manipulación de la ciudadanía adormecida por el pensamiento único, deja de funcionar. Y esto es sólo el principio, si la primavera traía la sacudida del alma colectiva, el verano va a ofrecernos la extensión y consolidación del movimiento en barrios y pueblos y comisiones temáticas para preparar un otoño reivindicativo que encauzará con indignación y propuestas las siguientes estaciones.

Adoración Guamán es profesora de Derecho, miembro de la Fundación CEPS y participante en la comisión jurídica del movimiento 15-M

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