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Reportaje:

"Nos hemos visto en medio de un follón sin quererlo"

Un geriátrico de Chueca lamenta ser el foco de la polémica sobre el Orgullo

Los vecinos de Chueca se quejan del ruido y la suciedad, colectivos de homosexuales reclaman su derecho a reivindicarse, los comerciantes de la zona multiplican sus beneficios y el Ayuntamiento está obligado a hacer cumplir la ley. Las fiestas del Orgullo Gay tienen en el barrio tantos detractores como partidarios. Y en medio de todos se encuentra la residencia de personas mayores Gravina (calle de Gravina, 20). El establecimiento es el epicentro de la polémica, sin quererlo.

Las dos directoras de la residencia Gravina aseguran que la celebración de la fiesta en su zona no les molesta directamente, pero insisten una y otra vez en que apoyan todas las opiniones. "Nos hemos visto en medio de un follón. Nos sentimos muy incómodos", afirman las mujeres, que no quieren que su nombre sea publicado. La presencia de la residencia a 140 metros de la plaza de Chueca, en la que hasta ahora se instalaba un escenario durante la celebración del Orgullo Gay, es el factor que el Ayuntamiento aduce este año para impedir que la fiesta se organice allí. Una ordenanza municipal, aprobada en febrero, impide que se amplíe por la fiesta el límite máximo nocturno de 45 decibelios a menos de 150 metros de donde duermen los ancianos. La norma también afecta a la celebración del Orgullo en la plaza de Vázquez de Mella, donde hay otra residencia.

"Si nos molestase el ruido, lo denunciaríamos", dicen las directoras

En el centro de mayores, tanto trabajadores como residentes aseguran no sentir las molestias de dicho ruido. "Tenemos las ventanas blindadas y es una casa antigua con muros muy anchos", señala una de las directoras apuntando la ventana de su despacho. "El balcón es hermético y me duermo enseguida, será porque madrugo mucho", explica Gloria Balbás, una mujer que vive en la residencia desde hace dos años. A la mujer, de 73 años, no le molesta que el Orgullo Gay se siga celebrando en esa zona. "No hay ruido ni problemas con las fiestas. Ayer mismo hicieron botellón enfrente...", insiste la mujer, que duerme en una de las habitaciones que dan a la calle.

La residencia Gravina tiene 46 habitaciones y 55 plazas, según la web del Imserso. De ellas, 12, dicen las directoras, dan a la calle y por tanto, al botellón. El resto, a un patio interior. Las gerentes del establecimiento aseguran que ningún residente se ha quejado nunca: "Nosotros somos los primeros en velar por el bienestar de nuestros residentes. Si nos molestase el ruido, ya lo habríamos denunciado como han hecho los vecinos de Chueca".

La polémica tocó a su puerta hace un mes, afirman, y tanto detractores como partidarios de la celebración les solicitaron el apoyo. "Sentimos una presión psicológica", opinan. Se sienten en una encrucijada y tratan de salirse por la tangente dando una parte de razón a todo el mundo. Hay un solo hecho que sí dan por cierto: que a ellos el ruido no les llega. "A la asociación de vecinos no le gusta que digamos que no nos molesta el ruido", afirman las directoras. Lo ideal sería que las fiestas se celebrasen con actividades "autorizadas", que cumplan con la ley y que "no limiten los derechos de los vecinos y comerciantes". Y, ante todo, insisten en que no quieren "que nadie piense que por culpa de la residencia se prohíbe la fiesta".

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