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Columna
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Por qué vuelan las porras

El testimonio más interesante sobre lo sucedido la semana pasada frente a las Cortes Valencianas es el de Juan Ponce, diputado por Compromís que cuando salió a despedir a sus familiares y se acercó a los indignados para interesarse por sus reivindicaciones recibió uno de los palos que la policía nacional repartió durante la mañana. La frase con la que el diputado Ponce describió lo sucedido, "las porras volaban", merece sin duda un pequeño análisis.

La cuestión es saber por qué volaron las porras. La primera explicación es obvia: la función crea el órgano, hay porras y hay brazos, ergo las porras se mueven hasta volar y caer después sobre los manifestantes. Mutatis mutandis, es la misma explicación que da en la película Primera Plana (Billy Wilder 1974) Earn Williams, un pobre diablo condenado a muerte, cuando le preguntan por qué disparó sobre un policía: las cosas están para usarlas y él, en aquel momento, tenía una pistola. Es lo que tiene ser policía antidisturbios, que a veces salta la pulsión de aporrear. Aunque lo que tengan delante no sea ningún disturbio, sino unos pacíficos indignados y cuatro perroflautas. Luego está la cuestión de si algunos antidisturbios (y sobre todo, los mandos intermedios) llevan en su interior un dóberman, como diría Rubalcaba de la derecha extrema que habita en el PP. Un Rubalcaba al que, por cierto, la torpeza demostrada con estos sucesos debe tenerle contento. Todo el mundo sabe que los buenos maestros son vocacionales, pero ¿qué pasa cuando alguien tiene vocación de madero leñero? ¿Quién tiene vocación de antidisturbios? ¿Cuál es su perfil psicopolítico? ¿Es mucho suponer que algunos de ellos son fachas redomados que gozan repartiendo leña y de paso dejando al ministro del Interior socialista a los pies de los caballos de la opinión púbica? Con qué rapidez salió el espabilado de González Pons a ponerle las peras al cuarto a Rubalcaba.

Ahora, igual que en la carga del Cabanyal, cuando Ricardo Peralta era delegado del Gobierno, los antidisturbios han vuelto a liarla parda. Con menos intensidad esta vez, pero con igual simbolismo. Al bueno de Francisco Granados, que fue delegado del Gobierno de Felipe González, le pasó algo parecido en tres ocasiones: una, cuando la pasma cargó contra unos vecinos de Alboraia que protestaban por la inseguridad del trenet; dos, cuando se empleó a fondo en una huelga de los trabajadores de la EMT; y tres, cuando la bofia disparó pelotas de goma contra los vecinos de la Malva-rosa que protestaban pacíficamente por el tráfico de heroína en el barrio y luego, cuando se les acabaron las bolas, algunos maderos lanzaron botes de Fanta contra las casas.

Han pasado ya unos días desde la jornada de las porras voladoras y todavía no se ha abierto ningún expediente interno en la policía para saber qué pasó o, al menos, qué agentes actuaron sin llevar el preceptivo número de identificación. Si la delegada del Gobierno, Ana Botella, no actúa ahora con determinación, la próxima vez se la liarán más gorda.

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